Las promesas de Dios son tan ricas, tan completas, que nunca
tenemos que titubear o dudar; Nunca
debemos flaquear ni dar marcha atrás. En vista de los estímulos que se
encuentran a lo largo de la Palabra de Dios, no tenemos derecho a sentirnos
tristes o abatidos. Podemos tener debilidad corporal; pero el compasivo
Salvador dice: " Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os
abrirá. Porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que
llama, se abrirá."
¿Creerás esas garantías? Dirás: "Sí, Señor, acepto tu
palabra. Comenzaré a hablar en el sentido de un aumento de la fe: reclamaré las
promesas; ellas son para mí". Oh, hermanos y hermanas, lo que queremos es
una fe viva, luchadora y creciente en las promesas de Dios, que son ciertamente
para usted y para mí.
Muchas, muchas veces el Señor me ha impresionado a le hable
palabras de valor a su pueblo. Debemos confiar en Dios y creer en él, y actuar
de acuerdo con su voluntad. Siempre debemos permanecer en una posición en la
que podamos alabar al Señor y magnificar su nombre. Entonces veremos luz en su
Palabra, y seguiremos conociéndolo, cuya salida está apararejada como el
alba...
Estas palabras son evidencia suficiente de que Dios desea
que recibamos grandes bendiciones. Sus promesas están tan claramente expresadas
que no hay motivo para la incertidumbre. Él desea que confiemos en su palabra.
A veces nos encontraremos en una gran perplejidad y no sabremos qué hacer. Pero
en esos momentos es nuestro privilegio tomar nuestras Biblias y leer los
mensajes que nos ha dado; y luego arrodillarnos, y pedirle que nos ayude. Una y
otra vez, ha dado evidencia de que es un Dios que oye y responde a la oración.
Él cumple sus promesas en una medida mucho mayor de la ayuda que esperamos
recibir.
Mientras Satanás siga viviendo, tendremos perplejidad; y si
elegimos seguir el consejo del enemigo, tendremos una dificultad constante;
pero si nos negamos a ceder a las influencias satánicas, eligiendo más bien
asirnos de Dios y de las promesas de su Palabra, podremos ayudarnos, fortalecernos
y defendernos unos a otros. De ese modo, llevaremos a la obra con la que
estamos conectados un espíritu de valentía. Nunca debemos pronunciar una
palabra que suscite dudas o temores, o que arroje sombras sobre las mentes de
los demás. Estoy decidida a no permitirme pronunciar palabras desalentadoras; y
cuando escucho críticas y quejas, o una expresión de duda y temor, sé que el
que habla así tiene sus ojos apartados del Salvador. Sé que todas las personas
que son así no lo aprecian, quien haciendo un infinito sacrificio, abandonó las
cortes reales y descendió al mundo perdido y vivió entre los hijos de los
hombres para poder hablar palabras de esperanza y buen ánimo a los desanimados
y abatidos.
Dondequiera que estemos, estamos obligados como discípulos
de nuestro Señor y Maestro, a anclar nuestra fe en las promesas de Dios.
Individualmente debemos creer. No debemos buscar una posible duda, ni imaginar
que en algún momento tendremos que pararnos bajo la sombra de una nube que
parece estar reuniéndose. Somos escogidos de Dios para ser sus hijos. Hemos
sido comprados por un precio infinito, y no tenemos ocasión de poner las
sugerencias del enemigo delante de las garantías del Señor Jesucristo.
El Señor desea que actuemos con sensatez. Tendremos pruebas;
nunca debemos esperar nada más; porque aún no ha llegado el momento en que
Satanás deba ser atado. Dondequiera que estemos, seguiremos teniendo pruebas.
Pero si rendimos a las sugerencias del enemigo, perdemos la batalla. ¿Podemos
permitirnos ceder ante el engañador?—¡Oh, no! Debemos acudir en busca de ayuda
y liberación al que, " según su grande misericordia nos ha regenerado en
esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos", la
esperanza de una herencia eterna reservada para aquellos que son "guardados
en la virtud de Dios por fe, para alcanzar la salud". The Southern
Watchman, 1 de mayo del 1914, Elena G. de White.
Concluido.