Tuesday, April 20, 2010

La Importancia de las Palabras---Parte 2




Por Tom Waters


Recientemente estaba hablando con un amigo por teléfono. Estábamos teniendo una conversación placentera, tan placentera que descuidé mi vigilancia. ¿Se ha encontrado usted alguna vez en esa situación? Él me estaba contando de un cambio y acerca de una adición simple que había hecho a su dieta, los cuales lo estaba ayudando a dormir mejor. No tengo ningún problema para dormir, de modo que mientras él me estaba contando los beneficios, este pensamiento corría por mi mente: “Probablemente eso me pondría en un estado de coma si es lo que lo está ayudando a dormir tan bien.” Suavemente, el Espíritu me sugirió que no hablara las palabras que estaba pensando, pero desafortunadamente escogí ese tiempo para echar a un lado esa impresión. Pueden ver, amigos, que no son sólo las palabras de irritación las que niegan nuestra conexión con Cristo, sino que también pueden ser las palabras o expresiones insensatas, irreflexivas y exageradas. Mente, Carácter y Personalida, tomo 2, pág. 599.
El Señor me instó a refrenar mi lengua, tratando de impresionarme para que no dijera esas palabras, pero la justificación propia me convenció de lo contrario. Es sólo algo sin importancia, razoné. El verdadero asunto no es que dije: “Probablemente eso me pondría en un estado de coma,” sino que escogí no poner a un lado mi voluntad y hacer la de mi Padre. Esto no excusa el hecho de que exageré—lo que muchas personas fracasan en reconocer como pecado—pero el enfoque debe ser: ¿Por qué tuve que exagerar, y qué poder me puede preservar de hacerlo, y estoy dispuesto a reconocerlo como pecado y a no justificar mi exageración?

The Youth's Instructor del 27 de junio de 1895 dice: “Deseche todas las tonterías y refrene sus palabras vanas. . . . La exageración es un pecado terrible. Las palabras impetuosas plantan semillas que producen una mala cosecha que a nadie querrá segar. Nuestras palabras tienen un efecto sobre nuestro carácter, pero ellas actúan aún más poderosamente sobre los caracteres de otros.”
¿Cree usted que el hecho de que yo dijera que: “Probablemente eso me pondría en un estado de coma”, era un pecado? ¡Si! Primero, porque la Palabra de Dios lo dice, y segundo, porque todavía no soy completamente de fiar como para decir lo que Dios me esta pidiendo que diga o callar cuando él me lo pide.

Wednesday, April 14, 2010

La Importancia de las Palabras----Parte 1



Por Tom Waters




En Mateo 12:37 Jesús nos dice: "Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado."
¿Cómo es que nuestras palabras pueden tener tanta importancia que Jesús dijo que seremos "justificados" o "condenados" por ellas? Es porque él sabe que el versículo 34 dice que: "De la abundancia del corazón habla la boca." Nuestras palabras y el espíritu con el cual las pronunciamos son un índice de si estamos viviendo en la carne— permitiendo que el yo domine, o estamos caminando en el Espíritu—dejando que el yo sea sometido—crucificado con Cristo. Si tomamos una decisión consciente de consagrarnos o entregarnos a Dios al comienzo de cada día, nos daremos cuenta de las admoniciones del Espíritu Santo a través de nuestra conciencia, cuando nos asalta la tentación a hablar palabras de irritación, disparates o exageraciones. Y para mí, las tentaciones vienen más de una vez al día.
Recientemente, mi hija Allison y yo estabamos poniendo una cuerda alrededor de una viga del techo. Cuando llegamos al final de la viga en la esquina entre la pared y el techo, ¡vino la tentación! Me encontraba en una posición difícil, en un escalera martillando en la esquina. El primer clavo se dobló, por lo que le dije a Allison que iba a poner otro clavo para que pudiera quitar el primero sin mover la posición de la cuerda. El segundo clavo se dobló y el tercero, y por supuesto, también el cuarto. Ahora, ¿ qué creen que quería decirle a Allison, o decirme a mi mismo, en su oído? Recuerde, hace calor allá arriba, estoy encogido en la escalera y ya he golpeado la nueva pintura de la pared con el martillo.
La tentación era aceptar la irritación y frustración como mía, dejarme llevar por las intensas atracciones de la carne, pronunciar las palabras que podrían justificarme y probar que la gracia no era suficiente para guardarme. Pero el Espíritu Santo me estaba sugiriendo una manera de escapar. 1 Corintios 10:13 dice: "Pero fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados más de lo que podéis resistir, sino que proveerá también juntamente con la tentación la vía de escape, para que podáis soportar." Me recordó que ésta era otra oportunidad de ser guardado por el poder del Evangelio —el poder que aceptamos por fe en esta clase de situaciones—y no permitir que los potentes argumentos del yo prevalezcan. Por gracia escogí aceptar la "vía de escape" y por fe, negué los clamores de la carne y permanecí conectado a Cristo quien es: "poder de Dios para salvación a todo aquel que cree". Romanos 1:16.
Ahora, en lugar de derramar palabras que hubieran podido negar a Cristo, lastimar el espíritu de mi hija y sólo hacerme sentir miserable en el yo, Dios permitió que empezara una conversación con Allison acerca del poder del Evangelio en las pequeñas pruebas y adversidades de cada día. Hablamos de cómo esas tentaciones nos dan el entrenamiento práctico que finalmente nos prepará para aferrarnos a Cristo a través del último gran conflicto que pronto va a venir sobre la tierra. ¡Qué bendito contraste con las palabras y la conversación que hubieran podido tomar lugar, si hubiera cedido a las fuertes provocaciones del yo!
Las palabras de frustración y de justificación propia no habrían traído alivio; no, sólo remordimiento, una convicción de pecado y finalmente, por la gracia de Dios, arrepentimiento hacia Dios y hacia mi hija. Esto muestra claramente la importancia de nuestras palabras, ¿no es así? También nos ayuda a ver por qué Jesús dijo: "Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado." Mateo 12:37. Antes de que nuestras palabras sean pronunciadas, tenemos, consciente o inconscientemente, a través del hábito, que tomar una decisión que demuestre, ya sea el poder del Evangelio para guardarnos, y nuestra conexión con Cristo, u otra manifestación del control de la carne sobre nosotros—nuestra naturaleza carnal.
Pero amigos, esta simple ilustración, a pesar de que representa lo que cada uno de nosotros enfrenta diariamente, muestra sólo un aspecto de la importancia de nuestras palabras, y si éstas son un indicio de nuestra conexión con la carne o con el poder del Evangelio. Muchos de nosotros, cristianos profesos, podemos parecer que somos "religiosos," vistiéndonos y alimentándonos correctamente, y aún siendo versados en la defensa de cada punto de la verdad, pero, ¿hemos aprendido a refrenar nuestras lenguas en cada aspecto de la vida diaria? Santiago 1:26 dice: "Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua . . . la religión del tal es vana". Amigos, esto simplemente significa que debemos evaluar y refrenar las palabras que hablamos y el tono en el cual las pronunciamos, para ver si representan una verdadera conexión con el Poder de lo alto que está fuera de nosotros.
Continuará . . .

Wednesday, April 7, 2010

El Hombre, Por Sí Mismo es Valorado—Parte 3


Por Helen Bond
Hasta ese tiempo, Judas no había decidido que Jesús no era el Hijo de Dios, pero había preguntado esto en su mente. Ahora empezó sutilmente a expresar sus dudas y a confundir a los discípulos. De una manera religiosa y aparentemente astuta, introdujo controversias y sentimientos engañosos y mientras los discípulos buscaban evidencias para confirmar las palabras del gran Maestro, Judas los conducía casi imperceptiblemente por otro camino, dando a las palabras de Cristo un significado que él no les había impartido.
Todas las dificultades y las cruces grandes o pequeñas, las contrariedades y aparentes estorbos para el desalentamiento del Evangelio, eran interpretados por Judas como evidencias contra su veracidad. Sin embargo, todo esto era hecho de una manera que parecía concienzuda.
No se oponía abiertamente, ni parecía poner en duda las lecciones del Salvador. No murmuró abiertamente pero en todo lo que Cristo decía a sus discípulos, había algo con lo cual Judas no estaba de acuerdo en su corazón. La práctica de las verdades que Cristo enseñaba defería de sus deseos y propósitos.
Cuando María ungió los pies del Salvador, Judas manifestó su disposicón codiciosa y cuando Jesús lo reprendió, su espíritu se transformó en hiel. Su orgullo herido y un deseo de venganza quebrantaron las barreras. Los deseos malignos, codiciosos, vengativos, los pensamientos oscuros y ásperos fueron acariciados, y Satanás obtuvo el control completo sobre él.
De esa manera, un discípulo en humildad aprende de Jesús, mientras que otro revela que él no es un hacedor de la Palabra, sino sólo un oidor. Uno, muriendo diariamente al yo y venciendo al pecado está siendo santificado a través de la verdad. El otro, resistiendo el poder transformador de la gracia y acariciando deseos egoístas, es llevado a la esclavitud de Satanás.
Juan y Judas empezaron su relación con Jesús con las mismas ventajas y desventajas. Uno llegó a ser conocido como el "discípulo amado" —el otro como el que entregó al "Hijo de Dios".
Podemos preguntarnos esto: ¿Podía Jesús haber amado a Judas tanto como amó a Juan? Es interesante notar que aunque Judas traicionó a Jesús, esto no alteró su actitud hacia él. Uno de los registros más maravillosos es el de Jesús llamando a Judas "amigo" cuando éste le dio el beso traidor.
En el pretorio cuando Judas se arrojó a los pies de Jesús, reconociéndole como el Hijo de Dios y rogándole que se salvara a sí mismo, Jesús no le hizo ningún reproche. Él sabía que Judas no se había arrepentido y que su confesión fue arrancada a su alma culpable, por un sentido espantoso de condenación y una horrenda esperanza de juicio, pero que no sentía un profundo pesar por haber traicionado al inmaculado Hijo de Dios. Sin embargo, Jesús no pronunció ninguna palabra de condenación. Aún entonces, compasivamente mostró su amor y paciencia al decir simplemtne: "Para esta hora he venido al mundo."
Fue este amor de Jesús, a pesar de lo que Judas había hecho, lo que hizo que fuera imposible para él vivir consigo mismo. Es una cosa terrible traicionar a alguien y después recibir solamente amor a cambio. De un trato tal sólo puede venir un desprecio insoportable por uno mismo. Fue este desprecio de Judas hacia sí mismo lo que lo llevó al suicidio. Sin embargo, el amor de Jesús hacia Judas no cambió. Puede estar seguro de que Jesús sintió una gran tristeza por la muerte de Judas.
No es parte de la misión de Cristo obligar a los hombres a que lo reciban. Es Satanás y los hombres que actúan guiados por su espíritu, los que buscan obligar a la conciencia. Con el pretexto de un celo por la justicia, los hombres que están undos con los ángeles malos algunas veces ocasionan sufrimiento a sus semejantes para convertirlos a sus propias ideas religiosas, pero Cristo está siempre mostrando misericordia, siempre buscando ganar al revelar su amor. Él no puede admitir ningún rival en el alma, ni acepta un servicio parcial, sólo pide un servicio voluntario, la entrega voluntaria del corazón.
Nuestro amor por el pequeño recién nacido en nuestro hogar no depende de su capacidad subdesarrollada para corresponder a nuestro amor. En vez de eso, cultivamos y atraemos su amor al demostrar nuestro deleite hacia él. Ni nunca se nos ocurrirá el tratar de forzarlo a amarnos. Su reacción aumenta gradualmente cuando él siente que lo amamos. De esa manera, la profundidad y el fervor del afecto de Juan por su Maestro no fueron la causa del amor de Cristo hacia él, sino sólo el efecto de éste; mientras que Judas nunca llegó al punto de entregarse completamente a Cristo. Él no renunciaría a su ambición mundana o a su amor por el dinero. Jesús amó a Judas más de lo necesario. No había la menor excusa para su fracaso.
Todavía, como antaño, el hombre por sí mismo es valorado.

Por treinta piezas Judas se vendió a sí mismo, no a Cristo.
"Un asunto que debería ser meditado, estudiado e investigado sinceramente es: ¿Qué debemos hacer para ser salvos? ¿Cuál debería ser nuestra conducta para que podamos presentarnos a Dios aprobados? ...¿Permaneceré sin culpa ante el trono de Dios? Sólo el que no tiene mancha podrá estar allí.
Ninguno será llevado al cielo si su corazón está lleno de la inmundicia de la tierra. Cada defecto en el carácter moral debe ser primero remediado, cada mancha removida por la sangre purificadora de Cristo y todos los rasgos feos y desagradables de carácter, debe ser vencidos." Testimonies, tomo 1, pág. 705. "Cuando Cristo aparezca, no será para corregir esos males y entonces darnos la aptitud moral para su venida. Esta preparación debe ser hecha antes de que él venga." Ibid.
"Un carácter celestial debe ser adquirido en la tierra. . .o nunca lo poseeréis; por lo tanto, debéis comprometeros de inmediato en la obra que tenéis que hacer. Debéis trabajar fervientemente para obtener una idoneidad para el cielo." Ibid., tomo 2, pág. 430.
"El apóstol Pablo escribió: ‘Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación’. 1 Tesalonicenses 4:3. La santificación de la iglesia es el propósito de Dios en todo su trato con su pueblo. Lo escogió desde la eternidad, para que fuese santo. Dio a su Hijo para que muriese por él, a fin de que fuese santificado por medio de la obediencia a la verdad, despojándose de todas las pequeñeces del yo. Require de él una obra personal, una entrega individual." Los Hechos de los Apóstoles, págs. 446–47.
La razón por la cual muchos en esta época del mundo no progresan grandemente en la vida divina es porque interpetan la voluntad de Dios de la manera que ellos quieren. Los que obtendrán la bendición de la santificación deben aprender el signifiado de la abnegación. Las instrucciones colocadas en la Palabra de Dios no permiten transigir con el maligno. Sus hijos [de Dios] deben seguir por donde él ha marcado el camino, sacrificando cualquier conveniencia o indulgencia egoísta, a cualquier costo de trabajo o sufrimiento. Deben mantener una constante batalla con el yo. "Poned vuestra voluntad de parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar de acuerdo con su palabra, recibiréis fuerza." El Ministerio de Curación, pág. 56.
Juan no enseñó que la salvación se obtendría mediante la obediencia, sino que la obediencia es el fruto the la fe y del amor. El Señor quiere que todos sus hijos sean felices, pacíficos y obedientes. A través de la fe, toda deficiencia de carácter puede ser suplida, toda mancha limpiada, toda falta corregida, toda excelencia desarrollada.
"Cualquiera que sea la mala práctica, la pasión dominante que haya llegado a esclavizar vuestra alma y vuestro cuerpo, por haber cedido largo tiempo a ella, Cristo puede y anhela libraros. Él infundirá vida al alma de los que ‘estabais muertos en vuestros delitos’. Efesios 2:1. Librará al cautivo que está sujeto por la debilidad, la desgracia y las cadenos del pecado." El Ministerio de Curación, pág. 56. Sus pecados pueden ser como montañas ante usted, pero si humilla su corazón y confiesa sus pecados, confiando en los méritios de un Salvador resucitado, él lo perdonará y lo limpiará de todas sus iniquidades.
Pero Dios exige de usted una absoluta conformidad a su ley, No le rehusemos aquello que, aunque no puede ser dado con mérito, sin embargo, no puede ser negado sin sufrir la ruina. Él requiere el homenaje de un corazón santificado que se ha preparado a sí mismo mediante el ejercicio de la fe que obra por amor para servirle. Él pide todo el corazón. Déselo. Le pertenece —tanto por creación como por redención. Él pide su inteligencia. Désela, es suya. Él pide su dinero. Déselo, es suyo. Ustedes no se pertenecen, son comprados por precio. Véase 1 Corintios 6:20. Desee la plenitud de la gracia de Cristo. Deje que su corazón se llene con un intenso deseo por su justicia. Porque la voluntad de Dios es su santificación. ¿Es también su deseo? ¿O se contentará solamente con una forma de santidad?
¿Es usted uno de los profesos seguidores de Cristo que no es hacedor de la Palabra, sino un oidor? ¿O se está rindiendo al poder modelador de Cristo, procurando colocarse en armonía con el Modelo Divino? ¿Está abriendo su propio corazón al poder transformador del Evangelio, muriendo diariamente al yo y venciendo el pecado, o está la práctica de la verdad en desacuerdo con sus deseos y propósitos?
¿Está usted tan seguro de sí mismo, y es tan exigente que no puede renunciar a sus ideas, su juicio, sus opiniones, para recibier sabiduría del cielo? ¿O conoce al manso y humilde Jesús por medio de un conocimiento experimental, aceptando la reprensión, confesando sus pecados y pidiendo perdón?
¿Está usted resistiendo el poder transformador de la gracia, para que el amor por un sólo pecado pese más que el amor por Cristo? ¿O aprecia grandemente las lecciones que él busca enseñarle? ¿Es sólida y firme su fe en las promesas de Jesús y su determinación de poner en práctica su Palabra? Y, ¿cree usted que cuando es guiado por su Palabra ricibirá fortaleza para vencer o está esperando algún milagro que remueva sus defects y manchas de pecado?
¿Puede Ud. hablar del amor de Jesús como lo hizo Juan porque lo conoce como un amigo personal? ¿O se siente molesto de una manera extraña si alguien le habla acerca de Dios en una forma muy personal? ¿Será posible que aunque Ud. sepa cómo debatir y predicar, sólo tenga una religión de argumentos e ideas—una religión que está sólo en su mente, mientras que su corazón está todavía cautivado por la pompa y el poder del mundo, sin haber llegado nunca al punto de una entrega completa?
Mientras hoy nos hacemos estas preguntas y examinamos nuestras propias vidas, ¿qué es lo que vemos? ¿Vemos que nuestros caracteres todavía poseen algunos de los atributos de los hijos del trueno? ¿algo de la confianza propia, la ambición y la avaricia egoísta del hijo de perdición? Reconociendo el amor de Jesús por nosotros y la transformación que mediante el poder del amor él nos ofrece, ¿cuál será la respuesta de nuestro corazón —y a dónde nos conducirá esto?
Cuando el tiempo de gracia se cierre, ¿cuál será la emoción que sentiremos en nuestros corazones —la de una condenación que nos hará clamar a las rocas y a las montañas para que caigan sobre nosotros, mientras nos damos cuenta de que también hemos traicionado su amor y que es demasiado tarde? ¿O con Juan, exclamaremos con asombro y admiración: "Mirad qué amor tan sublime nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios"? 1 Juan 3:1.


Este artículo está basado en Los Hechos de los Apóstoles, págs. 539–566 y en El Deseado de Todas las Gentes, págs. 717–718 y 193–295, porciones de las cuales han sido parafraseadas en este artículo. Todos los énfasis son de la autora.

Concluido.