La humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de todos los que se acercan a la presencia de Dios. En el nombre de Jesús, podemos presentarnos ante Él con confianza, pero no debemos acercarnos a Él con la osadía de la presunción, como si estuviera al mismo nivel que nosotros. Hay quienes se dirigen al Dios grande, todopoderoso y santo, que habita en una luz inaccesible, como se dirigen a un igual, o incluso a un inferior.
Hay quienes se comportan en Su casa como no se atreverían a hacerlo en la sala de audiencias de un gobernante terrenal. Estos debieran recordar que están ante los ojos e Aquel a quien los serafines adoran y los ángeles cubren sus rostros. Dios debe ser grandemente reverenciado; todos los que verdaderamente se dan cuenta de su presencia se postrarán humildemente ante Él.
Algunos piensan que es una muestra de humildad orar a Dios de una manera común, como si estuvieran hablando con un ser humano. Profanan Su nombre mezclando innecesaria e irreverentemente con sus oraciones las palabras, "Dios Todopoderoso", esas son unas palabras aterradoras y sagradas, que nunca deben pasar por los labios excepto en tonos tenues y con un sentimiento de reverencia. . . .
Es la sincera oración de fe la que se escucha en el cielo y que se contesta en la tierra. Dios comprende las necesidades de la humanidad. Él sabe lo que deseamos antes de que se lo pidamos. Ve el conflicto del alma con la duda y la tentación. Nota la sinceridad del suplicante. Aceptará la humillación y la aflicción del alma "Miraré", declara, "a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra".
Nuestras oraciones deben estar llenas de ternura y amor.
Cuando anhelemos una comprensión más profunda y amplia del amor del Salvador, clamaremos a Dios pidiendo más sabiduría. Si alguna vez hubo necesidad de oraciones y sermones conmovedores, es ahora. El fin de todas las cosas se acerca. ¡Ojalá pudiéramos ver como debiéramos la necesidad de buscar al Señor con todo el corazón! Entonces lo encontraríamos. Que Dios le enseñe a su pueblo a orar. Review and Herald, 28 de febrero del 1888.
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