Monday, February 9, 2015

Los Ciento Cuarenta y Cuatro Mil — Parte 2




"Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel." Apocalipsis 7:4.
"La muerte, la gran segadora, ha puesto a una generación tras otra de los santos de Dios en la silenciosa tumba; y para que no fuera que algunos temiesen que la tumba era el destino final de todos los fieles, Dios dio la siguiente promesa a través de su profeta: 'De la mano del sepulcro los redimiré, librarélos de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh sepulcro; arrepentimiento será escondido de mis ojos.'
[Oseas 13:14.]
"Los ciento cuarenta y cuatro mil son redimidos de la tierra —de entre los hombres. (Apocalipsis 14:3, 4.) Están vivos sobre la tierra cuando viene el Salvador, y serán trasladados junto con toda la innumerable multitud que sandrá de sus polvorientas camas, revestida de gloriosa inmortalidad, cuando Cristo venga en las nubes de los cielos. [1 Tesalonicenses 4: 16-17.]" S.N. Haskell, The Cross And Its Shadow, pág. 359.
Cada hijo e hija de Dios en la última generación viviendo sobre la tierra, tiene la especial oportunidad de ser parte de esta compañía escogida, una oportunidad simlar a la que tuvieron los hijos de José de convertirse en hijos de Israel. Por lo tanto deben tener una actitud humilde y agradecida ante tan exaltado privilegio.
"Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio...Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. ues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?" Romanos 11:3, 17, 19-25.
"Algunos sienten que tienen una necesidad de recibir expiación, y con el reconocimiento de esta necesidad, y con el deseo de un cambio de corazón, comienza una lucha. Renunciar a su propia voluntad, quizás a los objetos que han escogido perseguir o sobre los cuales han depositado sus afectos, requiere un esfuerzo, ante el cual, muchos vacilan, flaquean y se vuelven atrás. Sin embargo, esta batalla debe ser peleada por cada corazón que está verdaderamente convertido. Debemos pelear en contra de tentaciones desde adentro y desde afuera. Debemos obtener la victoria sobre el yo, crucificar los afectos y concupiscencias; y entonces comienza la uni=n del alm,a con Cristo. Cuando la rama seca y aparentemente sin vida es injertada en el árbol viviente, de igual manera podemos llegar a ser ramams vivients de la Vid Verdadera." Elena G. de White, Testimonies, tomo 5, pág. 47.
"A cada uno que se añada a las filas por la conversióm ha de asignársele un puesto de deber. Cada miembro debe estar dispuesto a ser o a efectuar algo en esta guerra." Elena G. de White, Servicio Cristiano, pág. 94.
"Lo que Dios requiere no son numerosas instituciones, grandes edificios, ni mucha ostentación, sino la acción armoniosa de un pueblo peculiar, un pueblo escogido por él y precioso." Elena G. de White, ibid.
"los ciento cuarenta y cuatro mil se distinguen de todos los demás porque tienen el sello de Dios vivo en sus frentes. Todos los que tienen este sello están incluidos en esta compañía. [Apocalipsis 7:2-4.]" S. N. Haskell, The Cross And Its Shadow, pág. 359.
Continuará...

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