El hombre ha caído. La imagen divina en él ha sido
desfigurada. Por la desobediencia se ha vuelto corrupto de inclinación y
debilitado en cuanto a fortaleza, incapaz, al parecer, de nada sino tribulación
e ira. Pero Dios, por medio de Cristo, ha obrado una vía de escape, y dice a
todo el mundo, "Sed, pues, perfectos." Es su propósito que el hombre
esté delante de él en una posición de rectitudy nobleza, y Él no será
derrotado. Envió a su Hijo a este mundo para llevar la penalidad del pecado, y
mostrar al hombre cómo vivir una vida sin pecado.
Cristo es nuestro ideal. Ha dejado un ejemplo perfecto para
la infancia, la juventud y la virilidad. Vino a esta tierra y pasó por las
diferentes fases de la experiencia humana. En su vida el pecado no encontró
lugar. Desde el principio hasta el final de su vida terrenal, preservó su
lealtad inmaculada a Dios. La Palabra dice de Él: " Y el niño crecía y se
fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él".
Él "aumentó en sabiduría y estatura, y en favor de Dios y el hombre".
"Crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los
hombres".
El Salvador no vivió para complacerse a sí mismo. . . . No
tenía hogar en este mundo, soloamente tenía uno cuando la bondad de sus amigos se
lo proporcionaba, pero era el cielo estar en su presencia. Día a día se
encontró con pruebas y tentaciones, sin embargo, no falló ni se desanimó.
Siempre fue paciente y alegre, y los afligidos lo aclamaron como mensajero de
la vida, la paz y la salud. Su vida no tenía nada que no fuera puro y noble....
La promesa de Dios es: " Habéis, pues, de serme santos,
porque yo Jehová soy santo". La santidad es el reflejo de la gloria de
Dios. Pero para reflejar esa gloria, debemos cooperar con Dios. El corazón y la
mente deben vaciarse de todo lo que conduce al mal. La Palabra de Dios debe ser
leída y estudiada con un sincero deseo de obtener de ella fortaleza espiritual.
Esa Palabra es el pan del cielo. Quienes lo reciben y lo hacen parte de sus
vidas, se fortalecen con la fuerza de Dios. Nuestra santificación es el objeto
de Dios en todo su trato con nosotros. Nos ha elegido desde la eternidad para
que seamos santos. Cristo declara: "La voluntad de Dios es vuestra
santificación". ¿Es su voluntad, también, que sus deseos e inclinaciones
sean hechas conformes a la voluntad divina? . . .
Vivir la vida del Salvador, vencer todos los deseos
egoístas, cumplir con valentía y alegría nuestro deber hacia Dios y hacia
quienes nos rodean, eso nos hace más que vencedores. Eso nos prepara para estar
en pie ante el gran trono blanco libres de manchas o arrugas, después de haber
lavado nuestras vestiments de carácter, y haberlas enblanquecido en la sangre
del Cordero. Signs of the Times, 30 de marzo del 1904.
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