Dios ha confiado su sagrada obra a los seres humanos y les pide que la hagan cuidadosamente. . . . Amontonan demasiadas cosas en su vida, posponen para mañana lo que hoy exige su atención, y se pierde mucho tiempo recogiendo dolorosamente los puntos perdidos. Hombres y mujeres pueden alcanzar un mayor grado de utilidad en lugar de llevar consigo a lo largo de la vida un estado de ánimo inestable. Pueden mejorar los rasgos defectuosos de su carácter contraídos en sus años de juventud. Como Pablo, pueden trabajar para alcanzar un grado mucho más alto de perfección.
La obra de Dios no debe hacerse a tropezones. No se colocará
en un terreno ventajoso siguiendo un impulso repentino. Al contrario, es
positivamente necesario seguir pacientemente el buen hacer, día a día,
progresando en nuestros caminos y métodos. Uno debe levantarse a una hora
regular. Si durante el día se descuida el trabajo y se dedica la noche
siguiente a recuperar el tiempo perdido, el día de mañana y el día siguiente
mostrarán, como resultado, un cerebro cansado y una fatiga general que
constituyen violaciones positivas de la ley de la vida y la salud.
Deberían haber horarios regulares para levantarse, para el culto familiar, para las comidas y para el trabajo. Y es un deber religioso. . . el mantener esto por precepto. . . mediante un ejemplo firme. Muchos desperdician las horas más preciosas de la mañana con la esperanza de terminar el trabajo así descuidado durante las horas que deberían dedicarse al sueño. La piedad, la salud, el éxito, todo sufre por esa falta de verdadero sistema religioso. . . .
Algunos obreros deben abandonar los métodos de trabajo lentos que prevalecen entre ellos y aprender a ser rápidos. La prontitud es necesaria, así como la diligencia. Si deseamos llevar a cabo la obra de acuerdo con la voluntad de Dios, debemos hacerlo de manera expedita, pero no sin pensamiento y cuidado. Manuscript Releases, tomo 8, págs 326, 327.
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