Almas cargadas de pecado y que luchan, Jesús en Su humanidad glorificada ha ascendido a los cielos para interceder por nosotros. "Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro."
Debemos continuamente contemplar a Jesús, el Autor y Consumador de nuestra fe; porque al contemplarlo seremos transformados a su imagen, nuestro carácter será semejante al de Él. Debemos alegrarnos de que todo juicio sea dado al Hijo, porque en Su humanidad Él se ha familiarizado con todas las dificultades que acosan a la humanidad.
Ser santificado es volverse partícipe de la naturaleza divina, captando el espíritu y la mente de Jesús, aprendiendo siempre en la escuela de Cristo. "Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor."
Es imposible para cualquiera de nosotros, por nuestro propio poder o nuestros propios esfuerzos, obrar este cambio en nosotros mismos. Es el Espíritu Santo, el Consolador, que Jesús dijo que enviaría al mundo, el que cambia nuestro carácter a la imagen de Cristo; y cuando eso se logra, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor. Es decir, el carácter del que así contempla a Cristo es tan parecido al suyo, que quien lo mira ve el carácter mismo de Cristo brillando como en un espejo....
[Enoc] estuvo siempre bajo la influencia de Jesús. Reflejó el carácter de Cristo, exhibiendo las mismas cualidades en bondad, misericordia, tierna compasión, simpatía, tolerancia, mansedumbre, humildad y amor. Su asociación con Cristo día tras día lo transformó en la imagen de Aquel con quien estaba tan íntimamente conectado. Review and Herald, 5 de diciembre del 1912.
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