Dios honrará y sostendrá a toda alma sincera y ferviente que busque caminar delante de Él en la perfección de la gracia de Cristo. Nunca dejará ni abandonará a un alma humilde y temblorosa. ¿Creeremos que Él obrará en nuestros corazones? ¿Que si le permitimos que lo haga, nos hará puros y santos, por su rica gracia, capacitándonos para ser colaboradores con él? ¿Podemos con percepción aguda y santificada apreciar la fuerza de Sus promesas y apropiarnos de ellas, no porque seamos dignos, sino porque por la fe viva reclamamos la justicia de Cristo?
Al dar luz a su pueblo en la antigüedad, Dios no obró exclusivamente a través de una sola clase. Daniel era un príncipe de Judá. Isaías también era de la estirpe real. David era un joven pastor, Amós un pastor, Zacarías un cautivo de Babilonia, Eliseo un labrador de la tierra. El Señor levantó como sus representantes a profetas y príncipes, nobles y personas humildes, y les enseñó las verdades que debían darse al mundo. A todo aquel que llega a ser partícipe de Su gracia, el Señor le asigna una obra para los demás. . . .
Que todos cultiven sus facultades físicas y mentales al máximo de su capacidad, para que puedan trabajar para Dios donde su Providencia los llame. La misma gracia que vino de Cristo a Pablo y Apolos, que los distinguió por sus excelencias espirituales, será impartida hoy a los misioneros cristianos devotos. Dios desea que sus hijos tengan inteligencia y conocimiento, para que con inconfundible claridad y poder su gloria se revele en nuestro mundo. . . .
Hombres deficientes en educación escolar, humildes en posición social, por la gracia de Cristo, a veces han tenido un éxito maravilloso en ganar almas para Él. El secreto de su éxito fue su confianza en Dios. Aprendían a diario de Aquel que es maravilloso en consejo y poderoso en poder.
Todo aquel en cuyo corazón mora Cristo, todo aquel que demuestre su amor al mundo, es un colaborador con Dios para bendecir a la humanidad. Al recibir del Salvador la gracia para impartir a los demás, de todo su ser fluye la marea de la vida espiritual. God's Amazing Grace, pág. 126.
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