Muchos, en lugar de consagrar sus recursos al servicio de Dios, consideran su dinero como propio y dicen que tienen derecho a usarlo como les plazca. Como los habitantes del mundo de Noé, usan los dones de Dios en su propio servicio. Incluso algunos que profesan conocer y amar al Señor lo hacen. Dios les ha revelado su voluntad. Les ha pedido que le entreguen todo lo que tienen; pero el amor al mundo pervirtió su voluntad y endureció su corazón. Se niegan a obedecer a Aquel a quien le deben todo lo que tienen. A pesar de Su llamado, agarran sus tesoros en sus brazos, olvidando que el Dador tiene algún derecho sobre ellos. Así, las bendiciones dadas por Dios se convierten en maldición, porque se hace un mal uso de ellas.
Cristo comprendió el peligro del amor al dinero; porque dijo: "¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!" . . . Hoy, Él nos pide que prestemos mucha atención a nuestros intereses eternos. Quiere que subordinemos todos los intereses terrenales a Su servicio. ¿qué aprovechará al hombre" pregunta, "si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?" {BLJ 99.3}
El derecho de Dios a nuestro
servicio se mide por el sacrificio infinito que ha hecho por nuestra
salvación. "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que
seamos llamados hijos de Dios". Por nuestro bien, Cristo vivió
una vida de dolor y privación. Era puro y santo, pero sobre él fue
puesta la iniquidad de todos nosotros. . . . Con un toque de su mano
sanó a los enfermos; sin embargo, sufrió graves dolores corporales.
Expulsó demonios con una palabra y libró a los atados por las
tentaciones de Satanás; sin embargo, le asaltaron tentaciones que
nunca han acosado a nadie. Resucitó a los muertos con su poder; sin
embargo, sufrió la agonía de una muerte terrible.
Todo eso Cristo sufrió por nosotros. ¿Qué le estamos dando a cambio? Él, la Majestad del cielo, se sometió pacientemente al desprecio y al insulto. . . . ¿Deberíamos considerar cualquier sacrificio como demasiado grande? ¿Debemos vacilar en prestarle a Dios nuestro servicio razonable?—Signs of the Times, 21 de enero del 1897.
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