El manto blanco de la inocencia fue usado por nuestros primeros padres cuando fueron colocados por Dios en el santo Edén. Vivían en perfecta conformidad con la voluntad de Dios. Toda la fuerza de sus afectos se entregó a su Padre celestial. Una hermosa luz suave, la luz de Dios, envolvía a la santa pareja. Ese manto de luz era un símbolo de sus vestiduras espirituales de inocencia celestial. Si hubieran permanecido fieles a Dios, siempre habría seguido envolviéndolos. Pero cuando entró el pecado, cortaron su conexión con Dios, y la luz que los había rodeado se fue. Desnudos y avergonzados, trataron de suplir el lugar de las vestiduras celestiales cosiendo hojas de higuera para cubrirse.
Eso es lo que han hecho los transgresores de la ley de Dios desde el día de la desobediencia de Adán y Eva. Han cosido hojas de higuera para cubrir la desnudez causada por la transgresión. Se han puesto las vestiduras de su propia invención, por sus propias obras han tratado de cubrir sus pecados y hacerse aceptables ante Dios.
Pero eso nunca podrán hacerlo. El ser humano nunca podrá idear ninguna cosa para suplir el lugar de su manto perdido de inocencia. Los que lleguen a sentarse con Cristo y los ángeles en la cena de las bodas del Cordero no pueden usar vestiduras de hojas de higuera, ni vestidos de ciudadanos mundanos.
Sólo la cubierta que Cristo mismo ha provisto puede hacernos aptos para aparecer en la presencia de Dios. Cristo pondrá esa cubierta, el manto de su propia justicia, sobre cada alma arrepentida y creyente...
Ese manto, tejido en el telar del cielo, no tiene ni un hilo de invención humana. Cristo en su humanidad forjó un carácter perfecto, y ese carácter Él ofrece impartirnos. "Todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia". Todo lo que podemos hacer por nosotros mismos está contaminado por el pecado. Pero el Hijo de Dios "se manifestó para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él".
Por Su perfecta obediencia, Él ha hecho posible que cada ser humano obedezca los mandamientos de Dios. Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con Su corazón, la voluntad se fusiona con Su voluntad, la mente se vuelve una con Su mente, los pensamientos son llevados cautivos a Él; vivimos Su vida. Eso es lo que significa ser revestido con el manto de Su justicia. Entonces, cuando el Señor nos mira, no ve el vestido de hoja de higuera, ni la desnudez y la deformidad del pecado, sino su propio manto de justicia, que es la obediencia perfecta a la ley de Jehová. Lift Him Up, pág. 163.
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