A Daniel se le dio una visión de bestias feroces, que representaban los poderes de la tierra. Pero el estandarte del reino del Mesías es un cordero. Mientras los reinos terrenales gobiernan por la ascendencia del poder físico, Cristo debe desterrar toda arma carnal, todo instrumento de coerción. Su reino iba a ser establecido para elevar y ennoblecer a la humanidad caída.
Para Adá, el ofrecer el primer sacrificio fue una ceremonia sumamente dolorosa. Su mano debía levantarse para tomar una vida que solamente Dios podía dar....Mientras mataba a la víctima inocente, temblaba al pensar que su pecado debía derramar la sangre del Cordero inmaculado de Dios. Esa escena le dio un sentido más profundo y vívido de la grandeza de su transgresión, que sólo la muerte del amado Hijo de Dios podía expiar. Y se maravilló de la bondad infinita que daría tal rescate para salvar a los culpables.
Los tipos y las sombras del sistema de sacrificios, junto con las profecías, dieron a los israelitas una visión velada e indistinta de la misericordia y la gracia que traería al mundo la revelación de Cristo. . . . Sólo a través de Cristo puede el hombre guardar la ley moral. Por la transgresión de esa ley, el hombre trajo el pecado al mundo, y con el pecado vino la muerte. Cristo se convirtió en la propiciación por el pecado del hombre. Ofreció Su perfección de carácter en lugar de la pecaminosidad del hombre. Tomó sobre sí mismo la maldición de la desobediencia. Los sacrificios y las ofrendas apuntaban hacia el sacrificio que Él iba a hacer. El cordero inmolado tipificaba al Cordero que había de quitar el pecado del mundo. . . .
La ley y el Evangelio están en perfecta armonía. Cada uno sostiene al otro. En toda su majestad la ley confronta la conciencia, haciendo sentir al pecador su necesidad de Cristo como propiciación por el pecado. El Evangelio reconoce el poder y la inmutabilidad de la ley. "Yo no conocí el pecado, sino por la ley" (Romanos 7:7), declara Pablo. El sentido del pecado, apremiado por la ley, lleva al pecador al Salvador. En su necesidad, el hombre puede presentar los poderosos argumentos proporcionados por la cruz del Calvario. Puede reclamar la justicia de Cristo; porque se imparte a todo pecador arrepentido.
God's Amazing Grace, pág. 15.