¡Cuán gloriosas son las posibilidades que se presentan ante la raza caída! A través de su Hijo, Dios ha revelado la excelencia que el hombre es capaz de alcanzar. Por los méritos de Cristo el hombre es levantado de su estado depravado, es purificado y hecho más precioso que la cuña de oro de Ofir. Le es posible llegar a ser compañero de los ángeles en gloria y reflejar la imagen de Jesucristo. . . . Sin embargo, ¡cuán pocas veces se da cuenta de las alturas que podría alcanzar si permitiera que Dios dirigiera cada uno de sus pasos!
Dios permite que cada ser humano ejerza su individualidad. No desea que nadie sumerja su mente en la mente de un compañero mortal. Aquellos que desean ser transformados en mente y carácter no deben mirar a los hombres, sino al Ejemplo divino. Dios da la invitación: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús". Mediante la conversión y la transformación los hombres deben recibir la mente de Cristo. Cada uno debe presentarse ante Dios con una fe individual, una experiencia individual, sabiendo por sí mismo que Cristo está formado en su interior, la esperanza de gloria. . . .
Como ejemplo tenemos a Aquel que es todo y en todos, el Principal entre diez mil, Aquel cuya excelencia no tiene comparación. Compasivamente, Él adaptó su vida para la imitación universal. Unidas en Cristo estaban la riqueza y la pobreza; la majestad y la humillación; el poder ilimitado, y la mansedumbre y humildad, que en cada alma que lo reciba se reflejará. . .
¡Oh, si pudiéramos apreciar más plenamente el honor que Cristo nos confiere! Al llevar Su yugo y aprender de Él, llegamos a ser como Él en aspiración, en mansedumbre y humildad, en fragancia de carácter, y nos unimos a Él para atribuir alabanza, honor y gloria a Dios como ser supremo. Aquellos que vivan a la altura de sus altos privilegios en esta vida recibirán una recompensa eterna en la vida venidera. Si somos fieles, nos uniremos a los músicos celestiales para cantar con dulces cánticos de alabanza a Dios y al Cordero. That I May Know Him, pág. 134.
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