Monday, March 29, 2010

El Hombre, Por Sí Mismo es Valorado—Parte 2



Por Helen Bond
Juan no resintió las amonestaciones que Jesús le dio. Empezó a examinar sus motivos en las cosas que hacía. Reconoció sus errores y aceptó la reprensión. Día tras día, en contraste con su propio espíritu violento, contempló la ternura y la condescendencia de Jesús y oyó sus lecciones de humildad y paciencia. Día tras día, su corazón fue atraído hacia Cristo —hasta que perdió de vista al yo por amor a su Maestro. Vio poder —y sin embargo, amabilidad, majestad—mansedumbre, fortaleza —paciencia, en la vida diaria del Hijo de Dios y esto llenó su corazón de tanta admiración, que rindió su temperamento resentido al poder transformador de Cristo.
Esas lecciones, estableciendo la mansedumbre, la humildad y el amor como esenciales para crecer en la gracia y en la idoneidad para su obra, le parecieron a Juan ser del más alto valor.
Atesoró cada lección y constantemente buscó ponerse en armonía con el Patrón Divino. Juan deseó ser como Jesús y bajo la influencia transformadora del amor de Cristo, llegó a ser manso y humilde. El yo fue escondido en Cristo. Por encima de todoso sus compañeros, Juan se rindió a sí mismo al poder de esa vida maravillosa.
El Salvador amó a los doce, pero Juan fue el espíritu más receptivo. Él era más joven que los otros, y con la confianza de un niño, abrió su corazón a Jesús. De ese modo, se identificó cada vez más con Cristo y a través de él, las enseñanzas espirituales más profundas del Salvador han sido comunicadas al mundo. Jesús reprendió el egoísmo de Juan, desilucionó sus ambiciones y probó su fe, pero Juan abrió su corazón a Jesús y entonces, el Maestro fue capaz de revelarle aquello que su alma anhelaba —la belleza de la santidad, el poder transformador del amor de Dios. Juan se relacionó con el Salvador a través de un conocimiento experimental. Las lecciones de su Maestro fueron grabadas en su alma. Empezó a discernir que la gloria de cristo no era la pompa mundanal y el poder que él había sido enseñado a esperar, sino la gloria como del "unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad". Juan 1:14. Mientras Juan testificaba de la gracia del Salvador, su sencillo lenguaje era elocuente con el amor que penetraba en todo su ser.
Mucho después, cuando él había sido llevado a una completa unión con Cristo a través del compañerismo del sufrimiento, Jesús reveló a Juan cuál era la condición para estar más cerca de él en su reino. "Al que venza," Cristo dijo, "le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono". Apocalipsis 3:21.
Juan entonces comprendió que el que estará más cerca de Cristo será aquel que haya bebido más profundamente de su espíritu de amor abnegado. Ese amor que "no es jactancioso, no se engríe . . .no busca su propio interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal". 1 Corintios 13:4–5 —ese fue el amor que impulsó a Juan, como el que movió a su Señor a darlo todo, a trabajar y a sacrificar —aún hasta la muerte— por la salvación de la humanidad. Jesús ama a aquellos que representan a su Padre y Juan podía hablar del amor del Padre como ningún otro de los discípulos podía hacerlo. Reveló lo que sentía en su propia alma, representando en su carácter los atributos de Dios.


Aunque Judas también había tenido acceso a la gracia divina que transforma el carácter, no pudo renunciar a sus propias ideas para recibir sabiduría del cielo. Tenía una opinión muy elevada de sus propias cualidades y consideraba a todos los otros discípulos en una forma censuradora. Ciertamente, ellos nunca nunca estarían capacitados para tener una posición directiva en ayudar a establecer el reino de Jesús. Pedro era impetuoso; Juan era un mal financista; Mateo era tan exigente en cuanto a la honradez que no se le podía confiar el hacer negocios que no eran honestos. Y con respecto a Jesús, —¿por qué tenía que enfatizar tanto lo que era desalentador? ¿Por qué predecía constantemente juicio y persecución para él y para sus discípulos?
Judas se consideraba a sí mismo como el más capacitado [de los discípulos]. En su propia estimación, él era un honor para la causa y como tal se presentaba siempre. Aunque Judas aceptó la posición de un ministro de Cristo, no se conformó al molde divino. Sintió que podía conservar su propio juicio y opiniones y cultivó un espíritu de crítica y de acusación. Tenía un fuerte amor natural por el dinero y fomentó el espíritu maligno de la avaricia hasta que ésta llegó a ser el motivo que dirigía en su vida. Trágicamente, al amor a Mamón superó su amor por Cristo.
Judas estaba ciego acerca de su propia debilidad de carácter, pero Jesús lo colocó donde podía tener una oportunidad de ver y de corregir ese problema. Al ministrar a otros, él podía haber desarrollado un carácter desinteresado. Sin embargo, mientras escuchaba diariamente las lecciones de Cristo y presenciaba su vida de abnegación, Judas satisfizo su disposición codiciosa. A menudo, cuando prestaba un pequeño servicio a Cristo, o dedicaba tiempo a propósitos religiosos, él se pagaba a sí mismo de los recursos que habían sido confiados a su cuidado.
Esos pretextos servían para excusar sus actos ante sus propios ojos, pero a la vista de Dios él era un ladrón. Al llegar a ser un esclavo de ese solo vicio, se entregó a Satanás para ser llevado a ser capaz de hacer cualquier cosa en el pecado.
La declaración repetida con frecuencia por Cristo, de que su reino no era de este mundo ofendía a Judas. A pesar de la propia enseñanza de Jesús, estaba de continuo surgiendo la idea de que Cristo reinaría en Jerusalén. En la ocasión cuando los cinco mil fueron alimentados, él [Judas] fue el primero en tomar ventaja del entusiasmo, excitado por el milago de los panes y nutriendo el plan de tomar a Cristo por la fuerza y hacerlo rey. Sus esperanzas eran grandes; su desencanto fue amargo. Cuando finalmente empezó a comprender que Cristo estaba ofreciendo bienes espirituales en lugar de terrenales, que ningún honor o posiciones altas iban a ser dadas a sus seguidores, resolvió no unirse tan íntimamente con Cristo que no pudiera apartarse.



Continuará. . .

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