"Por medio
de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas
llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia." 2 Pedro 1:
4.
El Salvador tomó
sobre sí las debilidades de la humanidad y vivió una vida sin pecado, para que
los hombres no tuvieran temor de que por la debilidad de la naturaleza humana
no pudieran vencer.
"El
príncipe de este mundo viene," dijo Jesús, "y no tiene nada en
mí." Juan 14:30. No había nada en él que respondiera a los sofismas de
Satanás. El no consentió en pecar. Ni siquiera por un pensamiento cedió a la
tentación. Así puede ser con nosotros. La humanidad de Cristo estaba unida a la
divinidad; Él estaba preparado para el conflicto por medio del Espíritu Santo
que moraba en Él. Vino a hacernos partícipes de la naturaleza divina. Mientras
nos unamos a Él por la fe, el pecado no tiene más dominio sobre nosotros.
No necesitamos
retener una sola propensión pecaminosa. . . . Cuando participamos de la
naturaleza divina, las tendencias heredadas y cultivadas al mal son cortadas
del carácter, y somos convertidos en un poder vivo para el bien. Siempre
aprendiendo del Maestro divino, participando diariamente de su naturaleza,
cooperamos con Dios para vencer las tentaciones de Satanás.
Cómo se realiza
esto, Cristo nos ha mostrado. ¿Con qué medios venció en el conflicto con
Satanás? Por la Palabra de Dios. Sólo por la Palabra podría resistir la
tentación. "Escrito está", dijo. Y a nosotros se nos da " preciosas
y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la
naturaleza divina ..." Cada promesa en la Palabra de Dios es nuestra. . .
. Cuando sois asaltados por la tentación, no miréis a las circunstancias o a la
debilidad del yo, sino al poder de la Palabra. Toda su fuerza es vuestra.
Tomad sus
promesas como hojas del árbol de la vida: " Todo lo que el Padre me da,
vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera." Juan 6:37. Cuando
vayáis a Él, creed que os acepta, porque lo ha prometido. Nunca pereceréis mientras
hagáis esto —nunca.
The Faith I Live By, pág. 23.
Concluido.
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