Nuestro Salvador no vivió en una misteriosa reclusión
durante los años que precedieron a su ministerio público. Vivió con sus padres
en Nazaret y trabajó con José en el oficio de carpintero. Su vida era simple,
libre de cualquier extravagancia o exhibición. Cuando llegó el momento de
comenzar su obra pública, salió proclamando el Evangelio del reino. Al final de
su obra, conservó la simplicidad rn sus costumbres. Eligió a Sus ayudantes de
los rangos inferiores de la vida. Sus primeros discípulos fueron humildes
pescadores de Galilea. Su enseñanza era tan sencilla que los niños pequeños lo
entendían, y después se podían oír repitiendo Sus palabras. Todo lo que dijo e
hizo poseía el encanto de la simplicidad.
Cristo fue un observador minucioso, notando muchas cosas que
otros pasaban por alto. Él siempre fue útil, siempre estuvo listo para hablar
palabras de esperanza y simpatía a los desanimados y desconsolados. Permitió
que la multitud lo oprimiera, y no se quejó, aunque a veces casi lo levantaba
de sus pies. Cuando se encontró con un funeral, no pasó de largo en forma
indiferente. La tristeza se apoderó de Su rostro cuando vio la muerte, y lloró
con los dolientes. Manuscript 20, 12 de febrero del 1902.
Continuará.
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