Mientras los niños recogían las flores silvestres que
crecían tan abundantemente a su alrededor, y se apretujaban para presentarle
sus pequeñas ofrendas, los recibió con gusto, les sonrió y expresó su alegría
al ver tantas variedades de flores.
Esos niños eran su herencia. Él sabía que había venido a
rescatarlos del enemigo al morir en la cruz del Calvario. Les habló palabras
que después ello llevaron para siempre en sus corazones. Estuvieron encantados
de pensar que apreciaba sus dones y les hablaba con tanto amor.
Cristo observó a los niños en sus juegos y, a menudo,
expresó su aprobación cuando obtuvieron una victoria inocente sobre algo que
estaban decididos a hacer. Le cantó a los niños en palabras dulces y benditas.
Sabían que los amaba. Nunca los miró con el ceño fruncido. Compartió sus
alegrías y tristezas infantiles. A menudo recogía flores y, después de señalar
su belleza a los niños, las dejaba con ellos como un regalo. Él había hecho las
flores y se deleitaba al señalar su belleza.
Se ha dicho que Jesús nunca sonrió. Eso no es correcto. Un
niño en su inocencia y pureza provocó de sus labios un alegre cántico. Manuscript
20, 12 de febrero del 1902.
Concluido.
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