A cada alma nacida en el reino de Cristo se le da un encargo
solemne. Dejen que su luz brille tanto ante los hombres que, al ver sus buenas
obras, éstas glorifiquen a su Padre que está en el cielo. Derramen sobre sus
vecinos los ricos rayos de luz recibidos de parte del Sol de Justicia;
destellen sobre sus amigos en el mundo las brillantes gemas de luz y verdad que
les son impartidas abundantemente desde el trono de Dios. Esto es comerciar con
los talentos que les han sido confiados. Avancen de la luz a una luz mayor,
absorbiendo cada vez más los rayos brillantes del Sol de Justicia, y brillen
más y más hasta el día perfecto.
Jesús no le exige al cristiano que se esfuerce por brillar,
sino solamente que deje que su luz brille en rayos claros y evidentes en el
mundo. No cubra su luz. No retenga pecaminosamente su luz. No deje que la
bruma, la niebla y la malaria del mundo apaguen su luz. No la esconda debajo de
una cama o debajo de un almud, sino colóquenla en un candelabro, para que pueda
iluminar a todos los que están en la casa ... Dios le ordena que brille,
penetrando la oscuridad moral del mundo.
Muchos no saben cuál es su problema. Quieren luz y no ven
ningún rayo. Piden ayuda y no escuchan la respuesta. ¿Se perpetuarán la duda y
la incredulidad porque no recojo los rayos divinos de luz de parte de
Jesucristo y no los dejo brillar a los demás? . . .
Concluido.
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