Los que trabajan para Cristo deben ser puros, rectos y
confiables, y también deben ser tiernos, compasivos y corteses. Hay un encanto
en el intercambio con aquellos que son verdaderamente corteses. Las palabras
amables, las miradas agradables, un comportamiento cortés, son de un valor
inestimable. Los cristianos descorteses, por su descuido de los demás, muestran
que no están unidos a Cristo. Es imposible estar en unión con Cristo y, sin
embargo, ser descortés.
Lo que Cristo fue en su vida en esta tierra, todo cristiano
debería ser. Él es nuestro ejemplo, no solo en su pureza inmaculada, sino en su
paciencia, gentileza y disposición amable. Era tan firme como una roca en lo
que respecta a la verdad y el deber, pero siempre era amable y cortés. Su vida
fue una ilustración perfecta de la verdadera cortesía. Siempre tuvo un aspecto
amable y una palabra de consuelo para los necesitados y oprimidos.
Su presencia trajo una atmósfera más pura al hogar, y su
vida fue como la levadura trabajando entre los elementos de la sociedad.
Inofensivo y sin mancha, caminó entre lo irreflexivo, lo grosero, lo descortés;
en medio de los publicanos injustos, los samaritanos inicuos, los soldados
paganos, los campesinos rudos y la multitud mixta. Habló una palabra de
simpatía aquí y una palabra allá, al ver a los hombres cansados y obligados a
soportar cargas pesadas. Compartió sus cargas y les repitió las lecciones que
había aprendido de la naturaleza, del amor, la benignidad, la bondad de Dios.
Intentó inspirar con esperanza a los más rudos y poco
prometedores, presentándoles la seguridad de que podían ser irreprensibles e
inofensivos, logrando un carácter que los hiciera manifestarse como hijos de
Dios....
El amor de Cristo suaviza el corazón y dulcifica toda
aspereza de la disposición. Aprendamos de Él cómo combinar un alto sentido de
la pureza y la integridad con la alegría del temperamento. Un cristiano amable
y cortés es el argumento más poderoso que se puede producir a favor del
Evangelio.
Manuscript Releases, tomo 2, cap. 15, pág. 111.
Concluido.
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