Hay una elocuencia mucho más poderosa que la elocuencia de
las palabras en la vida tranquila y constante de un cristiano puro y verdadero.
Lo que es un hombre tiene más influencia que lo que dice.
Los oficiales que fueron enviados a Jesús regresaron con el
informe de que nunca un hombre habló como él hablaba. Pero la razón de eso fue
que ningún hombre nunca vivió como Él vivió. Si su vida hubiera sido diferente
de lo que fue, no podría haber hablado como lo hizo. Sus palabras llevaban consigo
un poder convincente, porque provenían de un corazón puro y santo, lleno de
amor y simpatía, benevolencia y verdad.
Es nuestro propio carácter y experiencia lo que determina
nuestra influencia sobre los demás. Para convencer a otros del poder de la gracia
de Cristo, debemos conocer su poder en nuestros propios corazones y vidas. El
Evangelio que presentamos para la salvación de las almas debe ser el Evangelio
por el cual nuestras propias almas se salvan. Solo a través de una fe viva en
Cristo como Salvador personal es posible hacer sentir nuestra influencia en un
mundo escéptico. Si hemos de sacar a los pecadores de la corriente rápida,
nuestros propios pies deben estar firmemente asentados sobre la Roca, Cristo
Jesús.
La insignia del cristianismo no es una señal externa, no es
el uso de una cruz o una corona, sino que es lo que revela la unión del hombre
con Dios. Por el poder de su gracia manifestada en la transformación del
carácter, el mundo debe estar convencido de que Dios ha enviado a su Hijo como
su Redentor. Ninguna otra influencia que pueda rodear el alma humana tiene
tanto poder como la influencia de una vida desinteresada. El argumento más
fuerte a favor del Evangelio es un cristiano amoroso y amable.
Help For Daily Living, pág. 8.
Concluido.
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