Jesús pronunció la parábola que se nos ha transmitido a través de los siglos, tan pura y hermosa hoy en su sencillez sin adornos como cuando fue dada esa mañana en el mar de Galilea hace más de mil ochocientos años: "Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron. Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno. Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga."
Esa sorprendente ilustración de la difusión del Evangelio del Hijo de Dios atrajo la atención ferviente del pueblo. El que hablaba llevaba consigo las mentes de sus oyentes. Sus almas se conmovieron y muchos corazones palpitaron con la animación de un nuevo propósito. Estaban encantados con una doctrina tan ennoblecedora en sus principios, pero tan fácil de entender. Los elevados logros espirituales que enseñó Jesús parecían entonces muy deseables.... Debían abrir sus mentes a la instrucción y estar dispuestos a creer.
Aquellos que habían endurecido su corazón para amar la pompa y la ceremonia no deseaban comprender sus enseñanzas ni deseaban la obra de la gracia de Dios en sus corazones. Esa clase permanecería en la ignorancia po su propia elección. Aquellos que se conectaron con el cielo y recibieron a Cristo, quien es la fuente de luz y verdad, entenderían sus palabras y obtendrían conocimiento práctico acerca del reino de Dios. Pero aquellos que, por cualquier motivo, descuidaran sus oportunidades actuales de conocer la verdad, y no usaran correctamente su capacidad de comprensión, sino que se negaron a ser convencidos por lo que sus ojos vieron y sus oídos oyeron, quedarían en la oscuridad; viendo, no percibirían y oyendo, no entenderían. Las verdades de Dios involucraban demasiada abnegación y pureza personal para atraer sus mentes carnales, y cerraron sus corazones con intolerancia e incredulidad.
El gran Maestro bendijo a sus discípulos porque tanto vieron como oyeron con ojos y oídos que creían. ... Cristo, el Sembrador, esparce la semilla....
Si la tierra del corazón se hubiera roto por un profundo arrepentimiento por el pecado, habrían visto cuán malvado era su amor egoísta por el mundo, su orgullo y avaricia, y los habrían desechado. Las semillas de la verdad habrían penetrado profundamente en el barbecho preparado para ellas en el corazón, y habrían brotado y dado fruto. ...La parábola del sembrador presenta claramente las tendencias del corazón humano, y las diferentes clases con las cuales Cristo tuvo que tratar, y también explica las razones por las cuales su ministerio no tuvo más éxito en sus efectos inmediatos. Spirit of Prophecy, Tomo 2, págs. 233-238.
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