A veces, un profundo sentido de nuestra indignidad enviará un estremecimiento de terror a través del alma; pero esono es una evidencia de que Dios ha cambiado hacia nosotros o nosotros hacia Dios....Por la fe debemos asirnos a la mano de Cristo, y confíar en Él tan plenamente en la oscuridad como en la luz.
Satanás puede susurrar: "Eres un pecador demasiado grande para que Cristo te salve". Si bien reconoces que en verdad eres pecador e indigno, puedes enfrentar al tentador con el clamor: "En virtud de la expiación, reclamo a Cristo como mi Salvador. No confío en mis propios méritos, sino en la sangre preciosa de Jesús, que me limpia. En este momento descanso mi alma indefensa en Cristo". La vida cristiana debe ser una vida de fe viva y constante. Una confianza inquebrantable, una firme confianza en Cristo, traerá paz y seguridad al alma....
Cada obstáculo, cada enemigo interno, solo aumenta su necesidad de Cristo. Vino para quitar el corazón de piedra y darle un corazón de carne. Mírelo en busca de una gracia especial para vencer sus defectos peculiares. Cuando lo asalte la tentación, resista firmemente los malos impulsos; digale a su alma: "¿Cómo puedo deshonrar a mi Redentor? Me he entregado a Cristo; no puedo hacer las obras de Satanás". Clame al amado Salvador para que lo ayude a sacrificar cada ídolo y a desechar cada pecado acariciado. Deje que el ojo de la fe vea a Jesús de pie ante el trono del Padre, presentando sus manos heridas mientras suplica por usted. Crea que la fortaleza le llega a través de su precioso Salvador.
Por la fe, mire las coronas reservadas para los que vencerán; escuche el canto exultante de los redimidos, ¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado y que nos redimió para Dios! Esfuércese por considerar esas escenas como reales. Esteban, el primer mártir cristiano, en su terrible conflicto con los principados y potestades, y con huestes espirituales de maldad en las regiones celestes, exclamó: "He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios." Se le reveló que el Salvador del mundo lo miraba desde el cielo con el más profundo interés; y la luz gloriosa del semblante de Cristo brilló sobre Esteban con tal resplandor que incluso sus enemigos vieron su rostro brillar como el rostro de un ángel.
Si permitiéramos que nuestra mente se concentrara más en Cristo y el mundo celestial, encontraríamos un poderoso estímulo y apoyo para pelear las batallas del Señor. El orgullo y el amor al mundo perderán su poder al contemplar las glorias de esa tierra mejor que pronto será nuestro hogar. En contraste con la hermosura de Cristo, todas las atracciones terrenales parecerán de poco valor. Review and Herald, 15 de noviembre del 1887.
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