Nunca podremos ver a nuestro Señor en paz, a menos que nuestras almas estén impecables. Debemos portar la imagen perfecta de Cristo. Todo pensamiento debe someterse a la voluntad de Cristo. Como lo expresó el gran apóstol, debemos llegar "a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo".
Nunca alcanzaremos esa condición sin un esfuerzo ferviente. Debemos luchar diariamente contra el mal exterior y el pecado interior si queremos alcanzar la perfección del carácter cristiano.
Aquellos que se envuelvan en esa obra verán tanto que corregir en sí mismos, y dedicarán tanto tiempo a la oración y a comparar su carácter con la gran norma de Dios, la ley divina, que no tendrán tiempo para comentar y chismear sobre las faltas. o desmenuzar los caracteres de los demás. El sentido de nuestras propias imperfecciones debería llevarnos a la humildad y a la ferviente solicitud, no sea que dejemos de vivir eternamente. Las palabras inspiradas deben llegar a los más profundo cada alma: "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?"
Si el profeso pueblo de Dios se despojara de su autocomplacencia y sus falsas ideas de lo que constituye un cristiano, muchos de los que ahora piensan que están en el camino al cielo se encontrarían en el camino de la perdición. Muchos que profesan ser religiosos pero que son orgullosos de corazón temblarían como una hoja de álamo en la tempestad si se les abrieran los ojos para ver qué es realmente la vida espiritual. Ojalá que los que ahora descansan en una falsa seguridad pudieran despertarse para ver la contradicción entre su profesión de fe y su comportamiento cotidiano.
Para ser cristianos vivos, debemos tener una conexión vital con Cristo. . . . Cuando los afectos son santificados, nuestras obligaciones con Dios se vuelven primarias y todo lo demás secundario. Para tener un amor constante y cada vez mayor por Dios, y una percepción clara de su carácter y atributos, debemos mantener el ojo de la fe fijo constantemente en Él. Cristo es la vida del alma. Debemos estar en Él y Él en nosotros; de lo contrario, somos pámpanos sin savia.
Comprender y disfrutar a Dios es el ejercicio más elevado de las facultades del hombre. Eso se puede lograr solamnte cuando nuestros afectos son santificados y ennoblecidos por la gracia de Cristo: "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar". "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo".
En Cristo estaba el resplandor de la gloria de su Padre, la imagen misma de su sustancia. El Salvadr dijo: El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.En Cristo está la vida del alma. En la entrega de nuestro corazón a él, en nuestros anhelos fervientes y afectuosos por su excelencia, en nuestra búsqueda ansiosa de su gloria, encontramos la vida. En comunión con Él comemos el pan de vida.