El Redentor del mundo solía irse solo a orar. En una ocasión, sus discípulos no estaban tan lejos pero podían escuchar sus palabras. Quedaron profundamente impresionados por su oración; porque estaba cargada con un poder vital que llegaba a sus corazones. Era muy diferente a las oraciones que ellos mismos habían ofrecido, y diferente a las oraciones que habían escuchado de labios humanos. Cuando Jesús volvió a reunirse con ellos, le dijeron: "Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos".
Si hemos de ofrecer una oración aceptable, debemos darnos cuenta de que en nuestras peticiones, estamos en la cámara de audiencia del Altísimo. Debemos cultivar pensamientos solemnes, dándonos cuenta de queestamos poniéndonos en contacto cercano aon nuestro Creador....
El Señor Jesús dice: "Vosotros, pues, orad de esta manera". ¡Pero cuán pocos escuchan las palabras de Cristo y oran de esa manera! ¿No es mejor para los cristianos ser hacedores de las palabras de Cristo y no solo oidores? No siempre debemos limitarnos a pronunciar esas palabras exactas. El Señor derrama con frecuencia sobre sus siervos un espíritu de oración y de ferviente súplica, y dirige su atención a ciertas cosas incluidas en ciertas partes de la oración ...
¡Cuántos llegan al tiempo de la oración llenos de importancia personal, y sus oraciones suenan más como si pensaran que debían darle información al Señor, que como si esperaran recibir algo de su mano! No se acercan a Dios como humildes suplicantes, dándose cuenta de que dependen de él para la vida y la salud, para el alimento y la ropa, y para toda bendición temporal y espiritual. Ellos malinterpretan las palabras del apóstol cuando nos dice que nos acerquemos confiadamente al trono de la gracia. Muchos van a la presencia de Dios sin reverencia ni humildad, actuando más como niños atrevidos y osados que como seguidores mansos y humildes de Cristo. Esa no es la forma de confianza que apoyan las Escrituras. La audacia que se señala allí es la que nace de la fe en la palabra de Cristo cuando dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". Es la valentía que viene cuando se das cuenta de que no necesita pensar en su propia indignidad y caminar en la sombra que Satanás arrojaría entre su alma y Dios. Es apropiado que sienta su debilidad y la gran necesidad de su alma, y es en ese mismo momento que puede acudir a Dios con plena seguridad de fe, reclamando la promesa de que los cansados y cargados encontrarán descanso para sus almas. La audacia es confianza en Dios, no confianza en uno mismo. Pero toda temeridad, toda irreverencia, debe estar lejos de aquellos que ofrecerían una oración aceptable. Entonces podemos prestar atención a las palabras de alguien que habla por Dios, cuando dice: "Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye" ...
... La humildad siempre es reconocida por Aquel que ha dicho: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá". Revew and Herald, 28 de mayo del 1895.
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