La vida cristiana es más de lo que muchos creen. No consiste enteramente en ternura, paciencia, mansedumbre y amabilidad. Esas gracias son esenciales; pero también se necesita valentía, fortaleza, energía y perseverancia. El camino que Cristo marca es un camino angosto y abnegado. Para entrar en ese camino y seguir adelante a través de las dificultades y los desalientos, se requieren hombres que sean algo más que seres débiles.
Se necesitan hombres vigorosos, hombres que no esperen a que se les allane el camino y se eliminen todos los obstáculos, hombres que inspiren con nuevo celo los esfuerzos decaídos de los obreros desalentados, hombres cuyos corazones ardan con el amor cristiano y cuyas manos sean fuertes para hacer la obra de su Maestro.
Algunos de los que se dedican al servicio misinero son débiles, carecen de valor, de espíritu, y se desaniman fácilmente. Les falta empuje. No tienen esos rasgos positivos de carácter que dan poder para hacer algo, que proporcionan el espíritu y la energía que encienden el entusiasmo. Aquellos que quieran ganar el éxito deben ser valientes y esperanzados. Deben cultivar no sólo las virtudes pasivas sino también las activas. Si bien deben dar la respuesta suave que aleja la ira, deben poseer el coraje de un héroe para resistir el mal. Con la caridad que todo lo soporta, necesitan la fuerza de carácter que hará de su influencia un poder positivo.
Algunos no tienen firmeza de carácter. Sus planes y propósitos no tienen forma definida ni consistencia. Son de muy poca utilidad práctica en el mundo. Esa debilidad, indecisión e ineficiencia deben ser superadas. Hay en el verdadero carácter cristiano una indomabilidad que no puede ser moldeada o subyugada por circunstancias adversas. Debemos tener una columna vertebral moral, una integridad que no puede ser halagada, sobornada o aterrorizada. Help in Daily Living, págs. 41-42.
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