Tuesday, May 11, 2010
La Importancia de las Palabras---Parte 4
Por Tom Waters
Se nos dice que, “nuestras palabras indican el estado de nuestro corazón y ya sea que los hombres hablan mucho o poco, sus palabras expresan el carácter de sus pensamientos. El carácter de un hombre puede ser correctamente estimado por la naturaleza de su conversación.” The Youth's Instructor, 13 de junio de 1895. ¿Qué dirían nuestras esposas, nuestros hijos, nuestros amigos y asociados sobre el “índice” de nuestro corazón, si este fuera evaluado sólo por nuestras palabras?
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en una situación en la que puede ser que estemos con una o más personas, y alguien hace comentarios ridículos e insensatos, algo que no diríamos, pero nos dejamos llevar por la ligereza o la risa para evitar la incomodidad de parecer extraño o extremista? Cuando se habla de alguien que no está presente en la conversación, ¿descubrimos que es fácil seguir a los otros en el chisme, y nos encontramos expresando cosas que no diríamos si la otra persona de quién se está hablando estuviera presente? ¿O en lugar de entrar en el chisme o la crítica, demostramos el poder del Evangelio mediante un silencio apropiado o al hablar una “palabra a tiempo?” Nuestras palabras pueden cambiar el curso de la conversación o colocar a la persona de la que se está hablando en un aspecto más favorable, como apreciaríamos que se hiciera con nosotros si estuviéramos ausentes mientras se hablan de nosotros.
Amigos, se requiere de tanta gracia para no envolvernos en participar en la risa junto con los insensatos, para escoger hablar positivamente cuando otros están chismeando, tanto como para resistir la tentación de hablar de una manera áspera e irritada a nuestra esposa cuando estamos bajo presión. Sólo porque es más aceptable socialmente reírse de las tonterías y el involucrarnos en el chisme, ¿significa esta aceptación que hay menos del yo que necesita morir?, o ¿esto es algo menos que negar nuestra conexión con un Salvador viviente? Se nos dice que: “Los hombres pueden negar a Cristo calumniando, hablando insensatamente y profiriendo palabras falsas o hirientes.” El Deseado de Todas las Gentes, pág. 324.
¿Significa esto que debemos andar por ahí con una cara sobria y austera, y con una vida desprovista de alegría? Considere estas palabras de balance del Camino a Cristo, pág. 121: “Reprimirán la liviandad; entre ellos no habrá júbilo tumultuoso ni bromas groseras; pues la religión del Señor Jesús da paz como un río. No extingue la luz del gozo, no impide la jovialidad ni obscurece el rostro alegre y sonriente.” Pienso que estas palabras son claras y alentadoras y si somos honestos con nosotros mismos, ya sabemos las diferencias que están siendo discutidas.
Hay tantas áreas que podrían ser consideradas en este artículo, pero al finalizar me gustaría que consideráramos la pregunta: “¿Se puede confiar en nuestras palabras?” Podemos tener la tendencia a decir rápidamente: “Sí, se puede confiar en mis palabras.” Pero una simple ilustración puede hacer que reexaminemos la pregunta.
Un hombre y su hijo se detuvieron en mi casa un día para discutir algunas cosas con nosotros. Durante el curso de nuestra conversación, el hijo del hombre estaba pasándole la mano a la pared, y su padre le pidió que parara, lo cual aprecié. El muchacho paró momentáneamente, pero empezó otra vez. Entonces, el padre repitió su petición de que el hijo parara y pronto éste lo estaba haciendo de nuevo, pasando su mano sobre la pared. Esta clase de intercambio entre el padre y el hijo tuvo lugar varias veces, sin un cambio en la conducta. No creo que el padre estuviera consciente de la importancia de sus palabras. Pero, ¿qué tan importantes eran ellas para su hijo? ¿Estaba el niño aprendiendo a confiar en las palabras de su padre? Ciertamente, no en una forma positiva.
El muchacho estaba probando a su padre para ver si realmente intentaba hacer lo que decía. Pero en este caso no hubo ninguna restricción o corrección, por lo que el muchacho concluyó que las palabras de su padre no eran importantes. Hubiera sido mejor que el padre no hubiera dicho nada en lugar de hablar y permitir al niño que continuara. Amigos, si somos honestos ¿no nos hemos encontrado nosotros mismos haciendo cosas similares con nuestros hijos? Podemos estar absortos en la conversación o pensar que estamos siendo cariñosos y condescendientes al no llevar a cabo nuestras palabras. Pero muchos de nosotros también hemos visto los tristes resultados de una paciencia que le permite a los niños ser desobedientes e irrespetuosos.
Desafortunadamente, muchos de nosotros hemos visto las consecuencias, en los niños que alborotan, se quejan, pelean, entablan negociaciones con los padres y generalmente se sienten miserables generalmente cuando el yo es contradecido o aún probado un poco. ¿Podían los hijos de Elí confiar en sus palabras? No. A menudo, él les reprochaba—como el padre de la ilustración, quien dijo: “Para de pasarle tu mano a la pared.” Pero falló en restringirlo o en corregirlo fiel y consistentemente o en darle su merecido. Finalmente, Dios tuvo que tomar la disciplina de Elí y de sus hijos en sus propias manos.
Amigos, la triste realidad para nuestros hijos es que cuando aprenden a desconfiar de lo que decimos, van consciente o inconscientemente a aprender a desconfiar de las palabras de Dios. Cuando la mamá o el papá dicen: “No” o “No lo hagas,” el niño prueba para ver si puede confiar en las palabras de sus padres, y si no hay ninguna consecuencia, restricción o corrección, entonces, naturalmente, el niño va a transferir, de una manera carnal, esa desconfianza y negligencia para cuando el Señor diga: “No lo hagas.” ¿Y qué acerca de nuestras palabras y conversación con otros en el mundo o en la iglesia, que nos oyen hacer una elevada profesión del poder salvador del Evangelio? ¿Van a ser ellos también dirigidos a ignorar la Palabra de Dios porque nuestra influencia no les ha mostrado ninguna diferencia entre el que cree y el que no cree?
¿Se puede confiar en nuestras palabras? Cuando prometemos tomar tiempo para comunicarnos con nuestra esposa y tiempo para recrearnos con nuestra familia, cuando otros confían en nosotros en que llegaremos a tiempo, ¿se puede confiar en nuestras palabras?
Sólo hemos considerado unas pocas áreas que envuelven la importancia de nuestras palabras, pero, ¿no se está haciendo más clara la razón por la cual Jesús podía decir: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”? Mateo 12:37. Al reconocer que: “Nuestras palabras indican el estado de nuestro corazón,” podemos ser dirigidos a cooperar con Cristo — “el Poder del Evangelio”—para que los “manantiales” sean “purificados” para que la “fuente pueda ser pura”. No nos haría ningún bien para nuestra salvación el concentrarnos en nuestras palabras, aparte de concentrarnos en establecer y mantener una conexión vital con el que es “poderoso para salvar”. Sí, poderoso para salvarnos aún del poder de una lengua no santificada.
Mi oración por cada uno de nosotros es, que cooperemos tan ampliamente con la gracia divina que se pueda ver y decirse de nosotros: “Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo. Filipenses 1:27.
Concluido.
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