Esta parábola contine una lección para las familias. En el hogar hay a mnudo una gran falta de cuidado con respecto a las almas de sus miembros. Entre su número puede que haya uno que está apartado de Dios; pero cuán poca ansiedad se siente de que se pueda perder en la relación familiar, uno de los dones que Dios ha confiado.
La moneda, aunque stando entre el polvo y la basura, todavía es una pieza de plata. Su dueña la busca porque tiene valor. De igual manera cada alma, no importa cuán degradada esté por el pecado, es considerada preciosa a la vista de Dios. Como la moneda lleva la imagen y el nombre del poder reinante, de igual modo el hombre lleva la imagen y el nombre de Dios; y aunque ahora está dañada y apagada causa de la influencia del pecado, rastros de esa inscripción todavía permanecen sobre el alma. Dios desea recuperar esa alma, y volver a trazar sobre ella Su propia imagen en justicia y sandidad.
La mujer en la parábola busca diligentemente la moneda perdida. Enciende un candil y barre la casa. Remueve todo lo que puede obstruir su búsqueda. Auqneu solamente una pieza está perdida, ella no cesa sus esfuerzos hasta que encuantra la pieza. De igual manera en la familia, si hay un miembro que está perdido para Dios, se deben emplear todos los medios para su recuperación. Por parte de todos los demás, debe haber un examen de conciencia diligente y cuidadoso. Deje que la práctica de la vida sea investigada. Haya la seguridad de que no hay ningún error, algún error en el trato, por el cual esa alma se ha confirmado en la impenitencia.
Si hay en la familia un hijo que no tiene conciencia de su estado pecaminoso, los padres no deben descansar. Que el candil sea encendido. Escudríñese la Palabra de Dios, y por medio de su luz que todo en el hogar sea examinado diligentemente, para ver por qué ese hijo se pierde. Que los padres busquen en sus propios corazones, examinen sus hábitos y prácticas. Los hijos son herencia del Señor, y somos responsables ante Él por nuestra administración de Su propiedad.
Hay padres y madres que anhelan trabajar en algún campo misionero extranjero; hay muchos que están activos en el trabajo cristiano fuera del hogar, mientras que sus propios hijos son extraños a Cristo y a su amor. El trabajo de ganar a sus hijos para Cristo muchos padres confían al ministro o al maestro de la escuela sabática; pero al hacer eso están descuidando su propio elevado privilegio y la responsabilidad más sagrada. ¿Qué corazón humano puede sentir por sus hijos un amor más profundo o más tierno que el del padre o la madre? ¿Quién está tan familiarizado con sus necesidades y sus peligros? ¿Quién está tan bien preparado para señalar a sus hijos a Cristo como su Salvador que perdona el pecado? Esa es la obra a la cual Dios los ha designado.
Con sus propios corazones cálidos con el amor de Cristo, los padres deben hablarle a sus hijos de Su amor. Que trabajen y oren por esas almas por las cuales Cristo murió.
La lección de fe y trabajo perseverante que Cristo mismo nos la ha enseñado. En la parábola de la oveja perdida, Él no ha presentado a nuestra imaginación la imagen de un pastor entristecido que regresa sin las ovejas. La búsqueda del pastor no cesa hasta que el perdido vuelve al redil. La mujer cuya moneda está perdida busca hasta que la encuentra. Esas parábolas no hablan de fracaso sino de éxito y alegría en la recuperación de los perdidos. Aquí está la garantía divina de que no se pasa por alto ni un alma perdida, ni uno se deja sin socorro. Con todos nuestros esfuerzos en la búsqueda de los perdidos, Cristo cooperará. Luego, con amor, fe y oración, que los padres trabajen por sus hogares, hasta que con alegría puedan acercarse a Dios diciendo: " He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová".
Australasian Union Conference Record, 1 de julio del 1900.
Concluido.
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