A través de las artimañas del gran apóstata, el hombre ha
sido llevado a separarse de Dios, y ha cedido a las tentaciones del adversario
de Dios y del hombre al cometer pecados y violar la ley del Altísimo. Dios no pudo
alterar ni una jota ni un tilde de su santa ley para encontrarse con el hombre
en su condición caída; porque esto reflejaría
descrédito sobre la sabiduría de Dios al hacer una ley por la cual
gobernar el cielo y la tierra. Pero Dios podía dar a su Hijo unigénito para que
se convirtiera en el sustituto y la garantía del hombre, para que sufriera la
pena que merecía el transgresor y para impartirle al alma arrepentida su
perfecta justicia.
Cristo se convirtió en el
sacrificio inmaculado por una raza culpable, haciendo a los hombres prisioneros
de la esperanza, para que, a través del arrepentimiento hacia Dios porque
habían violado su santa ley, y por la fe en Cristo como su sustituto, garantía
y justicia, pudieran ser devueltos a la lealtad a Dios y a la obediencia a su
santa ley. . . .
La vida y la muerte de Cristo
en favor del hombre pecador tuvieron el propósito de restaurar al pecador al
favor de Dios, mediante la impartición de la justicia que cumpliría con los
requisitos de la ley, y encontrar la aceptación con el Padre. Pero siempre es
el propósito de Satanás anular la ley de Dios y pervertir el verdadero
significado del plan de salvación. Por lo tanto, ha originado la falsedad de
que el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario fue con el propósito de
liberar a los hombres de la obligación de guardar los mandamientos de Dios. Él
le ha impuesto al mundo el engaño de que Dios ha abolido su constitución,
desechado su norma moral y anulado su santa y perfecta ley. ¡Si hubiera hecho
eso, qué terrible costo hubiera sido para Cielo!
En lugar de proclamar la abolición de la ley, la cruz del
Calvario proclama en truenos su carácter inmutable y eterno. Si la ley hubiera
sido abolida, y el gobierno del cielo y la tierra y de los innumerables mundos
de Dios hubiera podido mantenerse, Cristo no necesitaba haber muerto. La muerte
de Cristo fue para resolver para siempre la cuestión de la validez de la ley de
Jehová. Después de haber sufrido la pena máxima por un mundo culpable, Jesús se
convirtió en el mediador entre Dios y el hombre, para restaurar al alma
arrepentida al favor de Dios al darle la gracia de guardar la ley del Altísimo.
Cristo no vino a destruir la
ley o los profetas, sino a cumplir con la letra misma de ésta. La expiación del
Calvario vindicó la ley de Dios como santa, justa y verdadera, no solo ante el
mundo caído, sino ante el cielo y ante los mundos no caídos. Signs of the
Times, 20 de junio de 1895.
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