Wednesday, August 1, 2018

Cómo Podemos Guardar la Ley de Dios



Un rayo de la gloria de Dios, un destello de la pureza de Cristo, que penetre en el alma, hace que cada mancha de impureza se distinga dolorosamente, y deja al descubierto la deformidad y los defectos del carácter humano. ¿Cómo puede alguien que es llevado ante el santo estandarte de la ley de Dios, que pone de manifiesto los malos motivos, los deseos impíos, la infidelidad del corazón, la impureza de los labios, y que pone la vida al descubierto, jactarse de la santidad? Sus actos de deslealtad al quebrantar la ley de Dios quedan expuestos a su vista, y su espíritu queda afectado y afligido por las inquisitivas influencias del Espíritu de Dios. Se aborrece a sí mismo al ver la grandeza, la majestad, el carácter puro e inmaculado de Jesucristo.
Cuando el Espíritu de Cristo agita el corazón con su maravilloso poder para despertar, hay una sensación de deficiencia en el alma, que conduce a la contrición de la mente y a la humillación del yo, en lugar de jactarse orgullosamente de lo que se ha adquirido. Cuando Daniel contempló la gloria y la majestad que rodeaba al mensajero celestial que le fue enviado, exclamó, mientras describía la maravillosa escena, "Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno."
El alma que de esa manera es tocada, nunca se envolverá en su propia justicia, o con un atuendo pretencioso de santidad; sino que odiará su egoísmo, aborrecerá su amor propio y buscará, por medio de la justicia de Cristo, la pureza de corazón que está en armonía con la ley de Dios y el carácter de Cristo. Entonces reflejará el carácter de Cristo, la esperanza de gloria. Para él será el mayor misterio que Jesús haya hecho un sacrificio tan grande para redimirlo.
Exclamará con gesto humilde y labio tembloroso: "Él me amó. Se entregó a sí mismo por mí. Se hizo pobre para que yo, por su pobreza, pudiera ser rico. El Hombre de Dolores no me despreció, sino que derramó su amor inagotable y redentor para que mi corazón sea limpio, y me ha devuelto a la lealtad y obediencia a todos Sus mandamientos. Su condescendencia, Su humillación, Su crucifixión, son los milagros que coronan la maravillosa exhibición del plan de salvación. ... Todo esto lo hizo para hacer posible que me fuera mpartida su propia justicia, para guardar la ley que transgredí. Por eso lo adoro. Lo proclamaré a todos los pecadores.' "—Review and Herald, 16 de octubre del 1888. 



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