Cuando el pecador ve los incomparables encantos de Jesús, ya
el pecado no le parece atractivo; porque contempla al que es distinguido entre
diez mil, y todo en Él
codiciable. Se da cuenta por una experiencia personal del
poder del Evangelio, cuya vastedad de diseño se iguala solo con su valor de
propósito.
Tenemos un Salvador viviente. No se encuentra en la tumba
nueva de José; ha resucitado de los muertos y ascendido a las alturas como
Sustituto y Garante de cada alma creyente.... El pecador es justificado por los
méritos de Jesús, y este es el reconocimiento de Dios de la perfección del
rescate pagado por el hombre. Que Cristo fue obediente hasta la muerte de la
cruz es una prenda de la aceptación del pecador arrepentido con el Padre.
Entonces, ¿nos permitiremos tener una experiencia vacilante de dudar y creer,
creer y dudar? Jesús es el juramento de nuestra aceptación con Dios. Contamos
con el favor de Dios, no por ningún mérito en nosotros mismos, sino por nuestra
fe en "Jehová, justicia nuestra".
Jesús se encuentra en el lugar santísimo, ahora para
aparecer en la presencia de Dios por nosotros. Allí no deja de presentar a Su
pueblo momento a momento, completo en Sí mismo. Pero debido a que estamos
representados ante el Padre, no podemos imaginar que debemos presumir de su
misericordia y ser descuidados, indiferentes y autocomplacientes. Cristo no es
ministro de pecado. Estamos completos en Él, aceptados en el Amado, solo
mientras permanecemos en Él por la fe.
Nunca podremos alcanzar la perfección a través de nuestras
propias buenas obras. El alma que ve a Jesús por fe repudia su propia justicia.
Se ve a sí mismo como incompleto, su arrepentimiento insuficiente, su fe más
fuerte como débil, su sacrificio más costoso como pobre, y se arrodilla
humildemente al pie de la cruz. Pero una voz le habla desde los oráculos de la
Palabra de Dios. Asombrado, escucha el mensaje: "vosotros estáis completos
en Él" (Colosenses 2:10). Ahora todo está en reposo en su alma. Ya no debe
esforzarse por encontrar alguna bondad en sí mismo, alguna acción meritoria por
la cual ganar el favor de Dios.
Contemplando al Cordero de Dios que quita el pecado
delmundo, encuentra la paz de Cristo, porque el perdón ha sido escrito al lado
de su nombre, y él acepta la palabra de Dios: " vosotros estáis completos
en Él". ¡Qué difícil es para la humanidad, acostumbrada desde hace tiempo
a albergar dudas, comprender esta gran verdad! Pero qué paz trae al alma, ¡qué
vida vital! Signs of the Times, 4 de julio del 1892.
Concluido.
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