Hay muchos que no entienden el conflicto que está ocurriendo
entre Cristo y Satanás sobre las almas de los hombres. No se dan cuenta de que
si se colocan bajo la bandera manchada de sangre del príncipe Emmanuel, deben
estar dispuestos a participar de Sus conflictos y librar una guerra decidida
contra los poderes de las tinieblas.
Al pensar en el conflicto, Pablo escribe a sus
hermanos efesios exhortándolos "fortaleceos", a no ser débiles,
vacilantes, siendo llevados de arrojados de acá para allá como las olas del
mar. ¿Pero en qué han de fortalecerse? ¿En su propia fuerza? No.
"Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza". Él dice:
"Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las
asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes.... " (versículos 10-13).
La obtención de la vida eterna
siempre implicará una lucha, un conflicto. Continuamente nos encontramos
luchando la buena batalla de la fe. Somos soldados de Cristo; y se espera que
aquellos que se alistan en su ejército realicen una obra difícil, una obra que
pondrá a prueba sus energías al máximo. Debemos entender que la vida de un
soldado es una de guerra agresiva, de perseverancia y resistencia. Por amor a
Dios, debemos soportar las pruebas.
Las victorias no se obtienen
mediante ceremonias o exhibiciones, sino mediante la simple obediencia al más
alto general, el Señor Dios del cielo. El que confíe en ese Líder nunca
conocerá la derrota. La obediencia a Dios es la libertad de la pobreza del
pecado, la liberación de la pasión y del impulso humanos. El hombre puede ser
conquistador de sí mismo, vencedor de sus propias inclinaciones, conquistador
de principados y potestades, y de los "gobernadores de la oscuridad de
este siglo" y sobre las " contra huestes espirituales de maldad en
las regiones celestes. . . .
" Por tanto, tomad toda
la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo
acabado todo, estar firmes". Review and Herald, 17 de diciembre del 1908
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