La santificación se obtiene solo mediante la obediencia a la
voluntad de Dios. Muchos que voluntariamente están pisoteando la ley de Jehová
reclaman santidad de corazón y santificación de la vida. Pero no tienen un
conocimiento salvador de Dios o de Su ley. Están en las filas del gran rebelde.
Él está en guerra con la ley de Dios, que es la base del gobierno divino en el
cielo y en la tierra. Esos hombres están haciendo la misma obra que su maestro
ha hecho al tratar de invalidar la santa ley de Dios. No se puede permitir que
el que viola los mandamientos entre en el cielo; porque el que una vez fue un
puro y exaltado querubín cubridor fue expulsado por su rebelión contra el gobierno
de Dios.
En el cado de muchos, la santificación es sólo justicia
propia. Y sin embargo, esas personas afirman audazmente a Jesús como su
Salvador y Santificador. ¡Qué ilusión! ¿Santificará el Hijo de Dios al
transgresor de la ley del Padre, esa ley que Cristo vino a exaltar y hacer
honorable? Él testifica: "He guardado los mandamientos de mi Padre".
Dios no rebajará su ley para cumplir con la norma imperfecta del hombre; y el
hombre no puede satisfacer las exigencias de esa santa ley sin ejercer el arrepentimiento
hacia Dios y la fe hacia nuestro Señor Jesucristo.
"Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el
Padre, a Jesucristo el justo" (1 Juan 2: 1). Pero Dios no ha entregado a
su Hijo a una vida de sufrimiento e ignominia y auna muerte vergonzosa para
liberar al hombre de la obediencia a la ley divina. Tan grande es el poder
engañoso de Satanás que muchos han sido guiados a considerar que la expiación
de Cristo no tiene ningún valor real. Cristo murió porque no había otra
esperanza para el transgresor. Él podría tratar de guardar la ley de Dios en el
futuro; pero la deuda en que había incurrido en el pasado se mantuvo, y la ley
debe condenarlo a muerte. Cristo vino a pagar esa deuda por el pecador que le
era imposible pagar por sí mismo. Así, a través del sacrificio expiatorio de
Cristo, al hombre pecador se le concedió otro tiempo de prueba. Review And Herald, 18 de marzo del 1881.
Concluido.
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