Cuando hayamos hecho todo lo que podemos hacer debemos
considerarnos a nosotros mismos como "siervos inútiles". No hay
espacio para el orgullo en nuestros esfuerzos; porque cada momento dependemos
de la gracia de Dios, y no tenemos nada que no hayamos recibido. Dice Jesús,
"sin mí nada podéis hacer".
Somos responsables solo de los talentos que Dios nos ha
otorgado. El Señor no reprende a los sievos que han duplicado sus talentos, que
han actuado de acuerdo con su habilidad. Aquellos que demuestran su fidelidad
pueden ser elogiados y recompensados; pero los que merodean en la viña, los que
no hacen nada, o hacen negligentemente la obra del Señor, manifiestan su
verdadero interés en la obra a la que han sido llamados, por sus obras. . . .
El talento que se les ha dado para la gloria de Dios y la salvación de las
almas no ha sido apreciado y maltratado. El bien que se pudo haber hecho no se
ha realizado, y el Señor no puede recibir lo suyo con usura.
Que nadie se lamente de que no tiene talentos más grandes para
usar para el Maestro. Si bien no está satisfecho y se queja, está perdiendo un
tiempo precioso y desperdiciando valiosas oportunidades. Agradezca a Dios por
la habilidad que tiene y ore para que pueda cumplir con las responsabilidades
que se le han asignado. Si desea una mayor utilidad, vaya a trabajar y adquiera
aquello por lo cual se lamenta. Vaya a trabajar con paciencia constante y haga
lo mejor que pueda, independientemente de lo que otros estén haciendo. "De
manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí". Que ni sus
palabras ni sus pensamientos sean "¡Oh, si tuviera un trabajo más grande!
¡Oh, si estuviera en esta o aquella posición!"
Cumpla con su deber donde esté. Haga las mejores inversiones
posibles con el don que se le ha confiado en el mismo lugar donde su trabajo
contará más ante Dios. Deje todo murmullo y contienda. Trabaje no por la
supremacía. No tenga envidia de los talentos de los demás; porque eso no
aumentará su capacidad de hacer un buen o un gran trabajo. Use su don con
mansedumbre, humildad, confiando con fe, y espere hasta el día del juicio
final, y no tendrá motivo de pena o de vergüenza. —Review and Herald, 1 de mayo
del 1888.