Nacido de los hijos de Aarón, Esdras, además de su formación sacerdotal, había adquirido familiaridad con los escritos de los magos, los astrólogos y los supuestos sabios del reino medopersa. Pero no estaba satisfecho con su condición espiritual. Anhelaba estar en plena armonía con Dios: anhelaba sabiduría para llevar a cabo la voluntad de Dios. Y por eso preparó "su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla". Eso lo llevó a dedicarse diligentemente al estudio de la historia del pueblo de Dios, tal como se encuentra en los escritos de los profetas y reyes del Antiguo Testamento. Fue impresionado por el Espíritu de Dios a escudriñar los libros históricos y poéticos de la Biblia, para saber por qué el Señor había permitido que Jerusalén fuera destruida y que Su pueblo fuera llevado cautivo a una tierra pagana.
De una manera especial, Esdras se dedicó al estudio de las experiencias del pueblo escogido de Dios, desde el momento en que se hizo la promesa a Abraham, hasta la liberación de la esclavitud egipcia y el éxodo. Estudió las instrucciones que se les dieron al pie del monte Sinaí y durante el largo período de vagar por el desierto. A medida que aprendió más y aún más sobre el trato de Dios con sus hijos y comenzó a darse cuenta de lo sagrada que era la ley dada en el Sinaí, el corazón de Esdras se conmovió como nunca antes. Experimentó una conversión nueva y completa, y decidió dominar los registros de la historia del Antiguo Testamento, para poder usar ese conocimiento, no con propósitos egoístas, sino para traer bendición y luz a su pueblo. Algunas de las profecías estaban a punto de cumplirse; buscaría diligentemente la luz que se había oscurecido.
Esdras se esmeró en sus estudios. Se esforzó por obtener una preparación de corazón para la obra que creía que le había sido asignada. Buscó a Dios con fervor para ser un obrero de quien su Señor no se avergonzara. Buscó las palabras que se habían escrito sobre los deberes del pueblo denominado de Dios; y encontró la promesa solemne hecha por los israelitas de que obedecerían las palabras del Señor; y la promesa que Dios, a cambio, había hecho, prometiéndoles su bendición como recompensa por la obediencia. Review and Herald, 30 de enero del 1908.
No comments:
Post a Comment