Thursday, November 26, 2009

El Juicio de Dios Sobre los Madianitas


Por Elena de White
La obra de Moisés en favor de Israel estaba casi terminada; al anciano líder solamente un acto más por realizar antes de ir al descanso. “Haz la venganza de los hijos de Israel contra los madianitas,” fue la orden divina; “después serás recogido a tu pueblo”. Números 31:2. Este mandato fue comunicado a Israel, no como la palabra de Moisés, sino como la de Cristo, su Líder invisible y fue inmediatamente obedecida. Mil hombres fueron seleccionados de cada una de las tribus de Israel y enviados en contra de los madianitas. En las batallas que siguieron, ese pueblo fue derrotado con una gran matanza.
A los hombres que rápida e inmediatamente ejecutaron los juicios divinos sobre esas naciones paganas se les ha llamado crueles e inmisericordes al destruir tantas vidas humanas. Pero, todos los que razonan así no entienden el carácter y el modo de actuar de Dios. En su misericordia infinita, el Señor había perdonado por mucho tiempo a esas naciones idólatras, dándoles evidencia tras evidencia de que él, el poderoso Jehová, es el Dios a quien ellos debían servir. Le había ordenado a Moisés que no hiciera guerra en contra de Moab o Madián, porque su copa de iniquidad no estaba todavía llena. Le sería dada evidencia adicional; una luz clara e inequívoca, procedente del mismo trono de Dios brillaría sobre ellos.
Cuando el rey de Moab llamó a Balaam para que pronunciara una maldición sobre Israel y así lograr su destrucción, la misericordia y la bondad de Dios fueron mostradas de manera excepcional. Ese corrupto e hipócrita buscador de ganancias, cuyo corazón ansiaba maldecir al pueblo de Dios por una recompensa, fue constreñido a pronunciar sobre ellos las bendiciones más ricas y sublimes. Los mismos moabitas podían ver que era el poder de Dios el que controlaba al avariento profeta y lo compelió a proclamar a Israel como el escogido de Dios, y a su gran poder como su amparo en los acentos más exaltados de la Inspiración. Allí brilló el último rayo de luz sobre un pueblo de dura cerviz que estaba determinado a hacer su voluntad en desafío a la voluntad de Dios. Cuando, siguiendo la sugerencia de Balaam, la trampa fue puesta para Israel, la cual resultó en la destrucción de muchos miles, entonces fue que los madianitas llenaron la medida de su iniquidad. Entonces el día de su gracia terminó, la puerta de la misericordia fue cerrada para ellos y Aquel que puede crear y destruir dio el mandato: “Hostigad a los madianitas, y heridlos: por cuanto ellos os afligieron a vosotros con sus ardides con que os han engañado.” Números 25:17–18.
Los que se quejarían de Dios o pondrían en duda la sabiduría y justicia de su comportamiento hacia sus criaturas, deben darse cuenta de su incompetencia, de su sabiduría finita, y determinar qué conducta es más apropiada para el Juez de toda la tierra. Su principal preocupación debería ser conducirse de tal manera que no se conviertan en el objeto de su ira, y deberían permitirle al Señor tratar la obra de sus manos de acuerdo a sus sabios propósitos.
Moisés se había llenado de pesar e indignación ante los engañosos ardides mediante los cuales Israel había sido tentado a pecar, atrayendo de esa manera sobre sí la ira de Dios. En la orden de hacer guerra a los madianitas, Moisés vio no sólo la justicia de Dios al visitar sus juicios sobre los culpables, sino su misericordia en darle a Israel la victoria sobre un pueblo que estaba buscando su destrucción por medio de su astucia infernal. Los israelitas debían unirse en esta guerra, no para retribuir hostilidad o venganza, sino como los instrumentos de Dios para realizar su mandato, siendo influenciados solamente por el celo de la gloria divina.
Los hombres no entienden lo que están haciendo, cuando se permiten a sí mismos aún por un momento, dudar de la sabiduría y la benevolencia de Dios —al considerar como una especie de crueldad, los juicios derramados sobre los obstinados y los rebeldes. Pocos se dan cuenta de la malignidad del pecado. Es una lepra mortal contaminando a todos los que son puestos en contacto con ella. Si los hombres persisten en mostrar desprecio hacia la autoridad divina, Dios, quien los creó y cuya propiedad ellos son, tiene el perfecto derecho de retirarles las bendiciones de las cuales han abusado. El nombre de Dios y su autoridad como Gobernante del universo deben de ser mantenidos. Cuando la idolatría está alzando su orgullosa cabeza, cuando la blasfemia y la rebelión están fortaleciéndose, entonces, Dios reprueba los pecados de las naciones y las manifestaciones de su ira divina, las cuales ellos han provocado, caen sobre los transgresores de su ley. El Altísimo envía su orden de destrucción y escoge los instrumentos para llevar a cabo su voluntad. Se requiere que esos mensajeros de Dios realicen fielmente la obra que se les ha señalado, no importa cuán repulsiva resulte a sus sentimientos naturales. La historia sagrada no registra ningún caso en el cual esos hombres fueron condenados por una excesiva minuciosidad y severidad, sino que Dios ha censurado a sus siervos muchas veces por su falta de fidelidad al ejecutar sus juicios. Dios quisiera enseñarnos la lección de que en el juicio futuro, el castigo será impuesto sobre cada alma humana que obra el mal, de acuerdo a las obras realizadas en el cuerpo. Véase Romanos 2:6, 9.
El método de Dios para tratar con el pecado, no está de acuerdo con los puntos de vista acariciados por una clase numerosa que ocupa una posición prominente entre los profesos seguidores de Cristo. Muchos de esos hombres acarician el pecado, alaban la benevolencia y la paciencia de Dios y se espacían en el carácter amoroso de Jesús —en toda su misericordia y ternura— mientras pasan por alto las amenazas de la ira de Dios sobre el pecado y los pecadores, y las severas reprensiones de nuestro Salvador en contra de la hipocresía y el engaño propio. Quienes no tienen un profundo sentido de la enorme pecaminosidad del pecado, son los que están listos para poner en duda la justicia de Dios al castigar con tal severidad los pecados de los amalecitas, los cananeos y los madianitas. Los que aman el pecado son incapaces de comprender el trato de Dios con sus súbditos.
En nuestros días, como en los tiempos antiguos, hay una obra desagradable que hacer al reprobar el pecado. En esta obra, Dios usa hombres como sus instrumentos —hombres con un propósito determinado, a quienes ninguna amenaza o peligro los pueda intimidar, ni ninguna molestia los apartará de la senda del deber— hombres que nunca olvidarán su comisión sagrada como siervos del Altísimo. El Señor llama a hombres para que actúen prestamente, con el valor de héroes y la firmeza y fe de los mártires, para destrozar las imágenes idólatras que han usurpado su lugar en las mentes de los hombres y para que enfrenten a las fuerzas del mal en los campos de batalla. Pero en todo esto, no hay excusa para que ninguno consienta en la dureza o la severidad para gratificar sus propios sentimientos equivocados.
Dios quiere hombres a quienes él pueda usar para su gloria, ya sea para censurar y para ejecutar justicia o, con un corazón lleno de piedad y benevolencia, para llevar luz a los hogares llenos de oscuridad, para hablar paz al alma atormentada y señalar al pecador el amor perdonador de Cristo. La gran necesidad para este tiempo es la de hombres que estén calificados para hacer la voluntad de Dios —hombres que escucharán con corazones devotos las palabras de Dios y que se apresurarán a obedecer su voz.
Hay hombres llenos de celo, que afirman estar haciendo la voluntad de Dios, mientras que en realidad son gobernados por el impulso humano. Se sienten en libertad de desconfiar de los que no están de acuerdo con sus ideas, de criticarlos y desafiarlos. Se vuelven ofensivos a Dios y a su pueblo. Continuamente lastiman [a otros] y por su conducta equivocada, crean en otras personas un espíritu de desconfianza y odio hacia Dios, porque él emplea a tales hombres para hacer su obra. Pero el Señor no le da a esos hombres la gran obra que ellos consideran como suya. Si lo hiciera, les daría gracia para realizarla de acuerdo al orden del cielo, no al suyo. Aquellos a quienes se les permite ser colaboradores con Dios, deben cultivar el sentimiento de que en cada plan y obra, están haciendo la voluntad del Altísimo y que en toda emergencia, el Espíritu de Dios, no él de los hombres, ha de controlar.
Balaam, habiéndose rendido al control de la codicia y teniendo su corazón endurecido por la persistente rebelión, había unido su suerte con la de los madianitas y pereció en la matanza general. Había sentido el presentimiento de que su propio fin estaba cerca cuando exclamó: “Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya”. Números 23:10. La suerte de Balaam es similar a la de Judas y sus caracteres tienen una marcada semejanza. Ambos habían recibido mucha luz y gozado de privilegios especiales, pero, como la gangrena, un simple pecado acariciado, envenenó todo el carácter y los llevó a la perdición.
Aunque los victoriosos israelitas destruyeron completamente los ejércitos de Madián, perdonaron a las mujeres y a los niños y los trajeron al campamento como cautivos. Cuando Moisés descubrió esto, se alarmó e indignó, y reprochó a los oficiales del ejército de esta manera: “He aquí, por consejo de Balaam ellas fueron causa de que los hijos de Israel prevaricasen contra Jehová en lo tocante a Baal–peor, por lo que hubo mortandad en la congregación de Jehová.” Números 31:16. [Los israelitas] no habían sido meticulosos al ejecutar los mandatos de Dios. La guerra en contra de Madián había sido una justa retribución sobre un pueblo culpable, del cual las mujeres habían sido las criminales principales. Si estas mujeres idólatras y licenciosas hubieran sido preservadas como cautivas, su presencia habría puesto constantemente en peligro la moral de Israel. La simpatía con la que se había perdonado a estas transgresoras estaba en contra de la voluntad de Dios.
Hay una simpatía por el pecado y por los pecadores que es peligrosa para la prosperidad de la iglesia en estos tiempos. Debéis tener caridad es el clamor. Pero ese sentimiento que excusaría el mal y protegería al culpable no es la caridad bíblica. La amistad de los impíos es más peligrosa que su enemistad, porque ninguno puede prevalecer en contra de los siervos del Dios viviente, excepto al tentarlos a la desobediencia.
El carácter ofensivo del pecado puede ser estimado solamente a la luz de la cruz. Cuando los hombres insisten en que Dios es demasiado misericordioso como para castigar a los transgresores de su ley, que contemplen el Calvario, que se den cuenta de que fue porque Cristo tomó sobre sí mismo la culpa del desobediente y sufrió en lugar de los pecadores, que la espada de la justicia se dejó caer sobre el Hijo de Dios. Fue para salvarnos de la vergüenza y de la confusión perpetua que él soportó el rechazo y la burla que el mundo acumuló sobre él. Fueron nuestros pecados los que causaron tan intensa agonía al Salvador, vertiendo oscuridad en su alma y arrancando de sus pálidos labios el angustioso clamor: “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Marcos 15:34.
Él fue contado entre los transgresores, hizo de su alma una ofrenda por el pecado para que en su justicia, el creyente, el pecador arrepentido pudiera estar justificado ante Dios.
Después de todo esto, si el hombre se niega a responder al gran sacrificio que ha sido hecho para ennoblecerlo y salvarlo, si obstinadamente escoge el camino del pecado, ¿lo excusará el gran Juez de la tierra de la transgresión voluntaria de su santa ley? Seguramente, todo lo que es noble y generoso en nuestra naturaleza debe responder a este amor como Jesús lo manifestó al sufrir por amor a nosotros. Que él tomara sobre sí mismo la naturaleza caída del hombre y sacrificara su vida por una raza de rebeldes, fue un ejemplo de humillación sin precedentes y la forma de su muerte hace esa humillación más evidente. Él se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2:8.
Jesús no era insensible a la ignominia. Sintió la desgracia del pecado mucho más agudamente de lo que es posible para el hombre sentirla, y su naturaleza divina y sin pecado fue exaltada sobre la naturaleza del hombre. Nunca debemos considerar el pensamiento de que la Majestad del cielo, tan santa y sin mancha, no fue agudamente sensitiva al desprecio y a la burla, al abuso y al dolor. Él le preguntó a la turba asesina en el Getsemaní: “¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos a prenderme?” Mateo 26:55. Jesús sintió agudamente este trato vergonzoso, sin embargo, por amor a nosotros, él soportó la muerte más ignominiosa y dolorosa que pudieran experimentar los mortales; una muerte que era apropiada para el más degradado de los criminales fue la que el Señor de Gloria sufrió para rescatar al hombre culpable. Que ninguno se jacte de que puede continuar en pecado y aún tener parte en la gran salvación que Cristo compró a un precio tan elevado, Dios es misericordioso y compasivo, pero él es también justo. Que la cruz del Calvario resuelva ese asunto para siempre. Tan ciertamente como Cristo, quien era inocente, sufrió por el culpable, de la misma manera, la ira de Dios caerá sobre las cabezas de los que persistan en transgredir su ley.
Signs of the Times, 6 de enero de 1881.

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