Por John Orr Corliss
En el año 1866, John Orr Corliss llegó a ser un bautista libre y en el 1868 se convirtió en adventista del séptimo día. Vivió con la familia de James White por algún tiempo y fue instruído por Joseph Bates en las creencias adventistas del séptimo día. Fue pionero de la obra adventista en Australia, así como en los estados de Virginia, Colorado y California. A finales de los años 1880, Corliss y A. T. Jones fueron los primeros adventistas del séptimo día en presentarse ante los legisladores para abogar por la causa de la separación de la iglesia y el estado. Véase The Seventh-day Adventist Encyclopedia, pág. 307.
John Corliss escribió en Review and Herald del 16 de enero al 20 de marzo de 1919, acerca de los comienzos del movimiento adventista del séptimo día, especialmente enfocándolos en el valor del espíritu de profecía como un agente para unificar al pueblo remanente de Dios.
Las siguientes remembranzas son parte de sus recuerdos publicados en esa revista.
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Al dejar a sus discípulos, Jesús les dijo: Id y enseñad a todas las naciones las cosas que os he mandado y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Véase Mateo 28:19–20. Aquellos a quienes se dirigieron estas palabras, habían pasado tres años en compañía del Salvador y lo habían visto sanar a los enfermos, limpiar a los leprosos y resucitar a los muertos. Más aún, le oyeron hablar palabras de ánimo instructivas y preciosas, dirigidas a sus necesidades personales, mientras él señalaba el camino escabroso que aún tenían que recorrer. Especialmente, fueron ayudados cuando él les dijo que se iba solamente para poder prepararles un hogar permanente, después de lo cual vendría otra vez para llevarlos con él. Véase Juan 14:1–3.
Naturalmente, se sintieron grandemente apesadumbrados al pensar en perder de vista su benigno semblante y que les faltara el sonido de sus amables palabras. Pero en cierta medida, él suavizó su tristeza con la promesa de que en su ausencia física, su representante, el Espíritu Santo, estaría con ellos para convencerlos de pecado y de justicia, y también para dirigir su atención al gran día del juicio que habría de probar los caracteres de todos los hombres. Este Consolador prometido guiaría a los creyentes a la verdad que aún no había sido totalmente divulgada y también les mostraría todas las cosas que habrían de venir para las cuales ellos no estaban entonces completamente preparados. Juan 16:7–13.
Sería bueno recordar que esta amplia provisión no estaba limitada a una sola generación sino que era para que se cumpliera “aún hasta el fin del mundo”. No habiendo llegado aún este límite específico de tiempo, podemos, con la mayor seguridad, esperar la continua dirección del Espíritu a través de la obra general del mensaje final de Dios a los hombres. En este punto se puede sugerir que el don del Espíritu es el mismo para todos y por lo tanto, cada individuo puede tener todo lo que el Espíritu tiene para impartir. Esto es cierto, en la medida hasta donde llegue la responsabilidad de cada individuo, pero las ideas preconcebidas de la humanidad son tales, debido a influencias oscurecidas por el pecado, que cada persona piensa que su propio punto de vista es el único apropiado acerca de cómo debería progresar la obra en general; de manera que si no se hubiera provisto una conexión directa con el cielo, a través de la cual regular los asuntos, no se podría obtener unanimidad de sentimientos y el mensaje podría fallar en cumplir su propósito.
Continuará. . .
En el año 1866, John Orr Corliss llegó a ser un bautista libre y en el 1868 se convirtió en adventista del séptimo día. Vivió con la familia de James White por algún tiempo y fue instruído por Joseph Bates en las creencias adventistas del séptimo día. Fue pionero de la obra adventista en Australia, así como en los estados de Virginia, Colorado y California. A finales de los años 1880, Corliss y A. T. Jones fueron los primeros adventistas del séptimo día en presentarse ante los legisladores para abogar por la causa de la separación de la iglesia y el estado. Véase The Seventh-day Adventist Encyclopedia, pág. 307.
John Corliss escribió en Review and Herald del 16 de enero al 20 de marzo de 1919, acerca de los comienzos del movimiento adventista del séptimo día, especialmente enfocándolos en el valor del espíritu de profecía como un agente para unificar al pueblo remanente de Dios.
Las siguientes remembranzas son parte de sus recuerdos publicados en esa revista.
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Al dejar a sus discípulos, Jesús les dijo: Id y enseñad a todas las naciones las cosas que os he mandado y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Véase Mateo 28:19–20. Aquellos a quienes se dirigieron estas palabras, habían pasado tres años en compañía del Salvador y lo habían visto sanar a los enfermos, limpiar a los leprosos y resucitar a los muertos. Más aún, le oyeron hablar palabras de ánimo instructivas y preciosas, dirigidas a sus necesidades personales, mientras él señalaba el camino escabroso que aún tenían que recorrer. Especialmente, fueron ayudados cuando él les dijo que se iba solamente para poder prepararles un hogar permanente, después de lo cual vendría otra vez para llevarlos con él. Véase Juan 14:1–3.
Naturalmente, se sintieron grandemente apesadumbrados al pensar en perder de vista su benigno semblante y que les faltara el sonido de sus amables palabras. Pero en cierta medida, él suavizó su tristeza con la promesa de que en su ausencia física, su representante, el Espíritu Santo, estaría con ellos para convencerlos de pecado y de justicia, y también para dirigir su atención al gran día del juicio que habría de probar los caracteres de todos los hombres. Este Consolador prometido guiaría a los creyentes a la verdad que aún no había sido totalmente divulgada y también les mostraría todas las cosas que habrían de venir para las cuales ellos no estaban entonces completamente preparados. Juan 16:7–13.
Sería bueno recordar que esta amplia provisión no estaba limitada a una sola generación sino que era para que se cumpliera “aún hasta el fin del mundo”. No habiendo llegado aún este límite específico de tiempo, podemos, con la mayor seguridad, esperar la continua dirección del Espíritu a través de la obra general del mensaje final de Dios a los hombres. En este punto se puede sugerir que el don del Espíritu es el mismo para todos y por lo tanto, cada individuo puede tener todo lo que el Espíritu tiene para impartir. Esto es cierto, en la medida hasta donde llegue la responsabilidad de cada individuo, pero las ideas preconcebidas de la humanidad son tales, debido a influencias oscurecidas por el pecado, que cada persona piensa que su propio punto de vista es el único apropiado acerca de cómo debería progresar la obra en general; de manera que si no se hubiera provisto una conexión directa con el cielo, a través de la cual regular los asuntos, no se podría obtener unanimidad de sentimientos y el mensaje podría fallar en cumplir su propósito.
Continuará. . .
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