Al ser hecho partícipes de esa Palabra, nuestra fortaleza espiritual es aumentada; crecemos en la gracia y en el conociminto de la verdad.
Se forman y se fortalecen los hábitos de la disciplina propia. Las debilidades de la niñez—la inquietud, la obstinación,el egoísmo, las palabras imprudentes, los actos impulsivos—desaparecen y en su lugar se desarrollan las gracias de la masculinidad y la femineidad cristianas.
Mediante su poder, hombres y mujeres han roto las cadenas del hábito pecaminoso. Han renunciado al egoísmo. El profano se ha vuelto reverente, el borracho sobrio, el libertino puro. Las almas que han tenido la semejanza de Satanás han sido transformadas a la imagen de Dios.
¿Querría asimilarse a la imagen divina? . . . ¿Bebería del agua que Cristo le dará, que será en Ud. un pozo de agua que brota para vida eterna? ¿Daría frutos para la gloria de Dios? ¿Estaría dispuesto a refrescar a los demás? Luego, con el corazón hambriento del pan de vida, la Palabra de Dios, escudriñe las Escrituras y viva de cada palabra que sale de la boca de Dios. La santificación y la justicia de su alma serán el resultado de la fe en la Palabra de Dios, que conduce a la obediencia de sus mandamientos. Que la Palabra de Dios sea para Ud. como la voz de Dios instruyéndole y diciendo: "Este es el camino, andad por él". Cristo oró: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad."